La ciencia de la ciencia

Admiro y envidio a quienes, como forma de vida, están tratando de responder las grandes preguntas de la vida: ¿quién debe gobernar? ¿Cómo debemos comportarnos? ¿Cómo conocemos el mundo y las cosas?

Entre nosotros son muy pocos los que lo hacen, razón por la cual debemos exaltar su labor, porque ayudan a una formación verdaderamente integral de los jóvenes universitarios. Es el caso de Alexis de Greiff, profesor del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia.

Acaba de publicar el libro A las puertas del universo derrotado, en donde hace una aportación muy interesante al debate sobre el avance del conocimiento científico,
ilustrando cuatro episodios de la física teórica del siglo XX, incluyendo el célebre experimento de Eddington en 1919, que llevó a la corroboración de la teoría general de la
relatividad de Einstein.

Este libro es una contribución genuina a la discusión sobre cómo avanza la ciencia, para lo cual consultó archivos en diversas partes del mundo, revisó documentos inéditos y entrevistó a actores centrales de este debate. Para De Greiff, la política y las prácticas sociales condicionan a la ciencia y la limitan, pues imponen restricciones a la entrada de actores nuevos a la producción científica.

Existen unos “cancerberos implacables” que hacen muy difícil la entrada de científicos y grupos a los grandes clubes de la ciencia mundial, particularmente los del tercer mundo. En este sentido, su enfoque es de sociología de la ciencia, muy cercano al pensamiento de Kuhn y al de Latour y Bourdieu.

Así, De Greiff critica a Karl Popper, el padre del racionalismo crítico, de quien afirma apuntaló una visión de la ciencia aséptica al punto de vista social y político. Reconociendo que esta percepción de Popper es compartida en amplios círculos, yo la habría matizado mucho, particularmente después de leer el libro de Steve Fuller (Kuhn vs. Popper, Icon Books, 2003), en el cual, básicamente, el autor argumenta que tanto Kuhn como Popper tenían razón, pues sus enfoques no fueron excluyentes sino complementarios, y se referían a dos aspectos distintos de un mismo problema.

Además, me parece que es una tremenda exageración llamar “políticamente aséptico” al autor de La sociedad abierta y sus enemigos, uno de los libros de teoría política más importantes y más influyentes jamás escritos. No puede caber la menor duda de que, para Popper, el proceso científico es eminentemente social. Según él, en la formulación de hipótesis y en sus intentos de refutación entran, necesariamente, todo tipo de críticas, presiones e influencias científicas, pero también políticas, sociales, generacionales, de género o de cualquier otro ipo.

Pero lo grandioso de la ciencia, y del conocimiento en general, es que, haya sobrevivido o no a todos los intentos de refutación, una teoría ingresa en un dominio diferente —el mundo 3— en donde, de alguna manera, como estructura simbólica del pensamiento, se torna autónoma, deja de tener dueño individual y se vuelve propiedad de la humanidad, inmune al dinero, al poder, a los individuos. Por eso, Popper dice que la ciencia es grande, pero no los científicos. Porque son humanos, se equivocan, están llenos de pasiones y son sujetos a todo tipo de influencias. De Greiff ha escrito un libro importante y controvertido que debe ser estudiado por todos los que se interesan en responder a las grandes preguntas de la vida.