En 1992 cuando Gary Becker recogía su premio Nobel de Economía, pronunció un discurso con el título “The Economic Way of Looking at Life”. Comenzaba diciendo que los individuos no estaban motivados únicamente por el egoísmo o las ganancias y los beneficios. El comportamiento, según él, estaba guiado por un conjunto mucho más rico de valores y preferencias.
Si bien todos intentamos maximizar nuestro bienestar, sus comportamientos podían enfrentarse a dos problemas fundamentales:
– aunque orientemos nuestros comportamientos al largo plazo, puede que estemos anclados en el pasado y que éste ejerza una gran influencia en los valores y actitudes.
– en segundo lugar, nuestras acciones están constreñidas por los ingresos, el tiempo, una memoria a veces imperfecta, nuestra capacidad de cálculo, y otros recursos limitados, y también por las oportunidades disponibles en la economía, pero para Becker, el factor determinante es el tiempo limitado. ¿Qué quería decir con esto?
Que a pesar de que los bienes y servicios abundan en muchos lugares, el total del tiempo disponible para su consumo es limitado. Y paradójicamente, las necesidades por tanto siguen insatisfechas tanto en países ricos y pobres: aunque las necesidades estén plenamente satisfechas por la creciente abundancia de bienes –reduciendo por tanto el valor de bienes adicionales-, el tiempo es cada vez más valioso en la medida en que los bienes son más abundantes (una explicación, por ejemplo, al éxito de la estrategia just-in-time de Zara).
Aplicado a la RSE, la primera idea nos lleva a una breve reflexión sobre el cambio del modelo económico.
– Por un lado, la sostenibilidad se opone al corto plazo en la medida en que es sinónimo de longevidad. La sostenibilidad se ha de basar ahora más que nunca en intangibles: relaciones de confianza, respeto, fiabilidad económica, seguridad jurídica…
En este contexto uno de los errores en el que no debemos caer es en valorar la RSE con los parámetros económicos y en base a los ciclos habituales de la economía: la solvencia de cualquier política y cualquier estrategia de Responsabilidad Social Empresarial vendrá dada por unos incentivos en algunos casos económicos sí, pero en otros casos distintos a los del sistema financiero, o a los que han guiado el gobierno corporativo.
Del mismo modo, nuestra voluntad de reforma de estos parámetros no ha de ser cíclica o anticíclica, sino de alerta continua, de expectación responsable, reaccionando no solamente cuando las cosas en general, van mal.
El cambio del modelo económico no implica abandonar de plano los sectores productivos tradicionales sino reconducirlos progresivamente por el camino de la ecoeficiencia, la innovación y la creatividad, la productividad, la solidaridad y la cohesión social. En este nuevo contexto, conceptos como productividad y competitividad han de tener forzosamente un sesgo distinto.
La segunda idea nos conduce a la superación del cortoplacismo (y de los comportamiento oportunistas).
Ya se ha hablado aquí ampliamente (Antonio Vives, Sin incentivos no hay paraíso) sobre la oportunidad de un cambio en los incentivos económicos tradicionales y sus alternativas. A este respecto son interesantes dos documentos. El Aspen Institute Overcoming short-termism: “A call for a more responsible approach to investment and Business Management” (2009) afirmaba que el cortoplacismo ha erosionado la confianza en las compañías, y la solución pasa porque consejos de administración, gestiones y accionistas adopten una visión a largo plazo, estableciendo tres recomendaciones fundamentales:
-establecer incentivos que estimulen y premien la paciencia en los mercados de capitales
– alinear los intereses de los intermediarios financieros con los de los inversores
– reforzar las obligaciones de transparencia informativa a la que están sujetos los inversores.Una perspectiva más amplia adopta otro texto Breaking the Short-Term Cycle (CFA Centre for Financial Market Integrity y el Business Roundtable Institute for Corporate Ethics) recomendando:
1. Reformar las prácticas sobre las expectativas de ganancias, como acabar con las prácticas de establecer expectativas de ganancias trimestrales.
2. Desarrollar incentivos a largo plazo en el Consejo de Administración. La compensación a los directores ejecutivos y consejeros debería estructurarse en base a la consecución de objetivos estratégicos y de creación de valor a largo plazo.
3. Demostrar liderazgo en el cambio de mentalidad hacia la creación de valor a largo plazo.
4. La mejora de la comunicación y transparencia. Comunicados más frecuentes y claros sobre la estrategia de la empresa y los incentivos a la creación de valor a largo plazo
5. La promoción de la educación de todos los actores del mercado sobre los costes del cortoplacismo y los beneficios de una cultura del largo plazo.
Este último aspecto es vital. La educación en responsabilidad, en actitudes ecológicas y en inteligencia emocional y creatividad; así es como garantizamos una larga vida a la RSE. Solamente a través de una ampliación, de una expansión de los razonamientos habituales, la lógica cotidiana que hemos interiorizado y que nos viene impuesta en muchos casos:
– bien por las preferencias informativas de los medios de comunicación –recomiendo la lectura del Global Media Compact-,
– bien por la concentración de empresas en un determinado sector que coartan nuestra capacidad de optar por productos responsables,
– o bien por nuestra propia inercia laboral y vital que nos conduce al automatismo más que a la ruptura creativa,
es cómo es posible reinventar una nueva realidad, soluciones innovadoras y más centradas en las particularidades de cada empresa y de cada individuo, discriminando la forma del fondo y demás comportamientos oportunistas.
Como dijo Keynes, la dificultad no está tanto en desarrollar nuevas ideas como en conseguir escapar de las antiguas. No pretendamos recoger los frutos de la cosecha de la RSE de forma prematura. Porque todos por lo menos intuímos hacia dónde ha de ir: The Responsible Way of Looking at Life.
Fuente: Compromiso RSE