La BBC menciona por lo menos cuatro ciudades latinoamericanas que se pelean el título de “Silicon Valley” de la región, y habrá más de un alto funcionario en los gobiernos de América Latina dándose golpes de pecho porque solamente Chile quedó entre los cincuenta escogidos por el Índice de Innovación Global, entre ellos seguramente el presidente de Colombia, que dijo la semana pasada que el país, para lograr el desarrollo que busca, necesitaba ponerse “el chip de la innovación.”
Pero, mientras cada país busca crear nuevas fuentes de capital e instala una incubadora en cada esquina, hay una lección importante que los gobiernos que buscan fomentar una economía impulsada por la generación de nuevas ideas pueden aprender del hogar del verdadero Silicon Valley, Estados Unidos. Esa lección no está basada en lo que el gigante innovador hace bien, sino en lo que hace mal y algunos están tratando desesperadamente de arreglar.
La lección es simple: no se pueden espantar a las más brillantes mentes del mundo. El sistema de leyes migratorias de Estados Unidos le cierra la puerta en las narices a los inventores e investigadores que entrena en sus propias universidades. A pesar de que 3 de cada 4 patentes en las 10 universidades que más registran patentes en Estados Unidos son nacidos en otros países, y 40% de los fundadores de las compañías en la lista Fortune 500 son inmigrantes o hijos de inmigrantes (comparado con sólo el 23% de los estadounidenses en general) el sistema de visas de trabajo hace muy difícil quedarse en ese país a quienes no nacieron allí.
Desesperados con no poder contratar al mejor talento que el mundo tenga para ofrecer, algunos en Silicon Valley incluso han anunciado planes de estacionar un enorme crucero en aguas internacionales, una “isla de innovación” libre de las ilógicas leyes de visas de Estados Unidos.
Aprovechando esa oportunidad, Chile está buscando volverse esa isla atrayendo a gente con grandes ideas a las que el tío Sam no quiere recibir. Por muy bien que esté la economía chilena, no tiene la misma cantidad de recursos que ofrecer que Estados Unidos, que es la economía más grande del mundo, y sigue siendo una súper potencia en innovación con muchísimo capital para atraer gente inteligente de todas partes. Por eso desde el 2010 el país del Cono Sur ha iniciado un programa llamado “Start-up Chile” que escoge las empresas en nacimiento más prometedoras y les da visa de trabajo gratis por un año y $ 40.000 USD de capital a sus fundadores.
Algunos critican al gobierno por “regalar” dinero de los contribuyentes chilenos a empresarios extranjeros sin pedir nada a cambio. Sin embargo, aunque el gobierno chileno no se queda con un porcentaje de las startups en que invierte, esas empresas generan empleo y crecimiento económico.
Hasta el momento, solamente 25% de los emprendedores se han quedado en el país una vez terminado el programa, llevándose las empresas que crearon con el dinero chileno. Pero el crecimiento que generen esas empresas en sí no es el único atractivo del programa para Chile, pues lo que realmente están buscando es crear un ecosistema de innovación local.
Uno de los requisitos para los participantes es ayudar a construir “capital social,” organizando charlas y eventos, y compartiendo sus contactos y experiencia con los empresarios locales. Al pedir que esos extranjeros llenos de ideas compartan su espíritu emprendedor con sus empleados y con soñadores chilenos, empieza a crearse una cultura de innovación, y los beneficios se quedan en el país aunque los participantes del programa decidan no hacerlo.
Y ese objetivo se está logrando, o al menos eso parecería al observar las tendencias en el número de aspirantes en los tres años que lleva funcionando. El porcentaje de Chilenos que se han postulado ha pasado de 10% en la primera ronda a 37%, en la más reciente, y el número total de aplicaciones se ha disparado, llegando a 1577 en la última ronda, un aumento de 80% desde la primera ronda en 2010.
Además, según reporta The Economist, los cambios sociales también se ven en otras áreas. Más chilenos están presentándose a otros programas del gobierno para nuevas empresas, más universidades están enfocándose en emprendimiento y tecnología, y la prensa está cubriendo más agresivamente ese tipo de temas.
Chile no es el país perfecto para la innovación. El crédito es caro, las leyes de bancarrota son estrictas, y el mercado de Venture Capital aún está muy crudo. Además, muchos observadores políticos piensan que la supervivencia de Startup Chile puede estar en peligro si gana la izquierda en las elecciones de este año. Sin embargo, gracias a unas políticas agresivas que reconocen la importancia del talento humano en la creación de nuevas ideas y nuevos negocios, Chile está logrando crear una cultura de innovación en una economía que tradicionalmente había sido poco arriesgada y dependiente más de la minería que de la alta informática.
América Latina ha estado lamentablemente en el lado perdedor de la fuga de cerebros, pero como lo está demostrando el caso chileno, un sistema de incentivos con una política migratoria adecuada pueden ayudar a frenar y hasta reversar esa tendencia. Además, aunque todavía no tengamos el capital ni el caché de California en nuestros países, tenemos otras cosas que ofrecer, como mano de obra barata y altamente educada, y una de las cosas que más han disfrutado los pioneros de startup Chile: pisco sours.
Laura Jaramillo Bernal | @laurajaramillob | IQ Latino