En una entrega anterior planteaba cómo la innovación que significó hacer del internet una herramienta social parecía estar transformándola de herramienta universal de la libertad en una opresiva máquina generadora de irrealidad.
Aquí diferenciar lo verdadero y lo falso -tarea ya de por sí difícil antes- se está volviendo aún más globalmente complicado.
Esta abundancia de información nos conduce a la hambruna más grande de certidumbres de la historia.
Intentaba así construir un caso a favor de un esfuerzo comunicacional que nos permita recuperar la confianza. Una que otra necesaria certeza, algún mapa que permita hacer el camino hacia una sociedad virtual sostenible.
Pero la urgencia social que esto plantea no permite observar la dramática dimensión individual que esto encierra: el verdadero, profundo cambio en lo que somos. Pero además con ella es casi imposible comprender el ambiente en el que viviremos más temprano que tarde.
The Fourth Revolution (La IV Revolución) de Luciano Floridi plantea mejor que nadie este desafío.
Floride es un profesor de filosofía y ética en la Universidad de Oxford y sostiene que las narrativas digitales, nuestra vida online -o nuestra onlife– está alterando la forma como nos vemos a nosotros mismos.
Esto no sería malo en sí mismo. Incluso offline, aparentar es parte de la vida. Lo que para algunos es considerado “genuino” -digamos, nuestro verdadero ser- es de por sí terreno resbaloso.
Lo que consideramos natural a menudo es consecuencia de una manipulación humana imperceptible.
La interacción online apenas nos da más oportunidades de controlar un poco más las cuerdas de nuestra marioneta virtual.
Pero para Floridi no es tan simple. Lo que la gente cree que eres también alimenta lo que tú piensas de ti mismo, y esto pasa a formar, al menos en parte, de lo que eres en realidad.
La cosmología de Copérnico nos expulsó del centro del universo; Darwin nos igualó biológicamente con los demás seres en la historia de la evolución; Freud nos arrancó el privilegio del control de nuestra propia mente. En la cuarta revolución, la de la información, Floridi asegura que estamos siendo expulsados del centro de la “infósfera”.
Ya no podemos vernos a nosotros mismos como entidades aisladas. Al contrario, somos organismos interconectados -o como domingueramente nos llama Floridi, iforgs– que comparten con otros agentes biológicos, artificiales e híbridos un ambiente global hecho de información, la infósfera.
Nuestra visión del mundo sigue siendo Newtoniana. Este mapa moderno del mundo es obsoleto e impide verdaderas innovaciones en nuestra forma de ver e interactuar con el mundo.
Este mundo moderno está lleno de objetos muertos: carros, edificios, muebles, ropas que no interactúan, no responden, son incapaces de comunicarse, aprender.
Pero en las sociedades avanzadas de la información, en la nueva visión cuántica, las fronteras del mundo offline desaparecen. Las cosas se “animan”, se vuelve interactivas, responden a estímulos que provienen de todas partes, todo el tiempo, de todos los objetos a nuestro alrededor y en tiempo real.
La mejor manera de enfrentar los retos éticos que nos impone la revolución digital es mediante un tratamiento ambiental.
Pero no uno que privilegie lo natural, lo prístino y genuino. Sino uno que vea como auténtico toda forma de existencia y comportamiento. Un ambientalismo sintético que incorporará a artefactos inteligentes.
No solo cambiaremos nosotros por la percepción que otros tengan de nosotros, sino por nuestra posición relativa frente a otras cosas que también nos perciben y con las que nos comunicamos.
Esta es la cuarta revolución, la de un cambio en la perspectiva sobre nuestra naturaleza simultáneamente física y técnica.
Termino con una imagen para construir una nueva mitología que nos ayude a explicar este nuevo mundo. En la mitología clásica, sólo Odiseo podía disparar flechas de su arco mágico, en la era del internet des cosas, solo el dueño de una iGun podrá convertirla en un artefacto letal.