Estamos confinados en nuestras casas, aterrorizados por la proyección de más de 100,000 posibles muertes en los Estados Unidos, y manejando el estrés de los impactos económicos de la pandemia, pero también estamos lidiando con las consecuencias políticas de la crisis del COVID-19.
Este año, los estadounidenses nos enfrentamos a una elección presidencial histórica. En esa boleta electoral se han puesto en juego la democracia, la justicia y los valores centrales estadounidenses. Es un proceso marcado por la presencia polarizante de Trump, figura política atípica, por decir lo menos, estamos entrando en el tramo crítico de las elecciones en las aguas desconocidas de una pandemia.
Podríamos, por vez primera, ver a los dos principales partidos políticos celebrar convenciones nacionales virtuales. El DNC ya movió la fecha de la Convención del Partido Demócrata del 17 de julio al 17 de agosto de 2020. Varias primarias demócratas estatales se pospusieron hasta fines de mayo o principios de junio, sin certeza sobre si la pandemia persistirá como obstáculo para cerrar esos capítulos en las nuevas fechas.
Además, hemos debido sustituir el encuentro personal (con dirigentes, con voluntarios y ciudadanos) por videoconferencias y otras formas de intercambio digital para trabajar la política desde casa. Los candidatos, limitados asus hogares, están luchando por alcanzar espacio en los medios, ya que todo el oxígeno en las salas de redacción lo consumen las ruedas de prensa informativas diarias de la Casa Blanca, las reuniones de prensa con gobernadores y los programas de opinión con expertos, que ofrecen orientación médica o analizan hasta dónde puede llegar esto. La recaudación de fondos para las campañas también es un gran problema, que está obligando a ajustar los presupuestos en una campaña dominada, como nunca antes, por el alcance y la participación digital o en redes sociales.
Muchos expertos se preguntan cómo llevar a cabo las elecciones (votación anticipada por correo y medidas para facilitar el derecho al voto de las personas) en un escenario donde la pandemia se extienda hasta octubre y noviembre. Ciertamente, las proyecciones de brotes podrían empeorar y afectar a los estados que no entienden lo que dice el gobernador Cuomo de Nueva York cuando advierte a sus colegas: “Nueva York hoy es su estado mañana”; instando a esos gobernantes reacios a seguir pautas estrictas para evitar la propagación virus y no prepararse para un pico en sus jurisdicciones en el corto plazo.
En efecto, en el complejo sistema federal de los Estados Unidos no hay una sola elección nacional dirigida por un ente central, sino que en cada estado se realiza una elección a cargo de la Secretaría de Estado de la Gobernación y los comités electorales de los condados, en el marco del sistema del Colegio Electoral. Mucha gente se pregunta si el precedente de elecciones primarias postergadas el mes pasado podría replicarse si mañana algún estado sigue afectado por la pandemia, mientras ya se ha controlado en la mayor parte del país o el epicentro actual, que se encuentra en Nueva York. Hasta dónde llega la discrecionalidad de los gobiernos estatales, cómo se garantiza el derecho al voto en medio de la emergencia, particularmente en una sociedad con amplio acceso a internet y un sistema de correos muy eficaz.
Otro factor interesante ha surgido, en buena medida debido a la gestión errática de la crisis por parte de la Casa Blanca, pero también por las complejidades del sistema legal y federal de los Estados Unidos, que hace difícil crear una respuesta nacional de emergencia para enfrentar una crisis de salud pública como esta. Desde lograr uniformidad en las pautas de distanciamiento social, o las medidas de cuarentena, hasta el manejo del suministro y distribución de equipos médicos o la logística en respuesta a la crisis, para lo cual es indispensable un papel protagónico de las Fuerzas Armadas y la Guardia Nacional, invocando la Ley de Producción para la Defensa (invocación que Trump no ha decidido hacer con todo el alcance necesario para abordar la demanda de equipos e insumos médicos que exige esta pandemia). Pero, por otro lado, está la cultura del individualismo y el consumismo, profundamente arraigado en los estadounidenses, y su desconfianza en la intervención gubernamental, que crea un fuerte contraste con las mejores prácticas para enfrentar una crisis como esta, como hemos visto en países como Corea del Sur y Alemania.
Finalmente, toca enfrentar el impacto político-electoral de la crisis. Es temprano y casi imposible realizar sondeos y proyecciones sólidas de opinión, en un entorno tan volátil. El estado de ánimo de los ciudadanos, sus percepciones y preferencias pueden cambiar en un abrir y cerrar de ojos, incluyendo cambios de 180 grados en la opinión pública. Pero vale la pena destacar cuatro puntos en esta etapa preliminar:
1) Esta será una elección Trump vs. Biden (la única persona que aún no se ha dado cuenta es, inexplicablemente, Bernie Sanders). El primer lote de encuestas de aprobación presidencial (partiendo del seguimiento de Gallup), indican que el índice de aprobación de Trump aumentó a su mejor número desde que llegó al poder en 2016, alcanzando un promedio de 47-48%. Dada su torpe gestión de la emergencia, esta aprobación es sorprendente, pero esto no es nuevo. Las tendencias de la opinión pública de apoyo al Presidente suelen ser favorables al comenzar una emergencia nacional, e incluso en su curso, hasta que la sociedad entra en fase de evaluación del desempeño gubernamental y sus consecuencias.
2) Un segundo punto a tener en cuenta: ninguna de las encuestas que miden las preferencias en la lucha Biden vs. Trump favorece al Presidente. Biden está ganándole a Trump con márgenes cómodos en todas las encuestas nacionales; y,como lo resume el portal Real Clear Politics, dicha ventaja se ubica en un promedio del 7% a favor de Biden. En los estados clave para el tablero del Colegio Electoral, en el llamado midwest (Pensilvania, Michigan y Wisconsin), la ventaja también es a favor de Biden, con márgenes que oscilan del 3 al 5%, según varias encuestadoras regionales también reseñadas por el portal Real Clear Politics.
3) La preferencia genérica de votación está asimismo abierta a favor de los candidatos demócratas en la carrera por el control del Congreso, según lo reportado por el prestigioso portal FiveThirtyEight. Esa ventaja es en promedio de 9% a favor de los abanderados del partido demócrata.
4) La lucha económica que acompaña a la pandemia tendrá, a no dudarlo, un impacto político. El paquete legislativo inicial de alivio y estímulo económico tiene una marca bipartidista. Pero, a medida que avanzamos en la crisis, habrá nuevos episodios, quizás más impulsados por el partidismo, que definirán la opinión pública. Y también se iniciará el debate sobre la eficacia del Ejecutivo Federal y el propio Trump en la ejecución de las medidas autorizadas por la ley de emergencia recién aprobada. Pero si estamos entrando en una recesión económica, una regla general es que la reelección de un presidente es casi imposible en talescenario. Claque que esta no es una recesión típica, puestoque está derivada de una emergencia sanitaria. Y, por supuesto, las percepciones y opiniones sobre la responsabilidad de Trump en el manejo de la crisis entrarán en juego.
Y ¿Cómo lo evaluarán los ciudadanos? Es difícil de predecir a estas alturas y cómo puede incidir en las preferencias electorales; aunque algunos argumentarán que una recesión es una recesión, y su impacto será siempre negativo sobre quién ejerce la Presidencia. Punto y aparte.