Comenzamos un año nuevo, la fecha nos empuja a planificar, extraer aprendizajes y rescatar los desafíos pendientes para plantear metas a futuro. En este caso, es difícil escindir el 2021 del 2020, un bienio atravesado por la pandemia. En Argentina, el cierre de las escuelas durante 46 semanas puso en evidencia la deuda del Estado para con los niños, niñas y adolescentes, especialmente aquellos de sectores más vulnerables. El covid-19 ha transformado en catástrofe la crisis educativa que veníamos arrastrando desde hace décadas, pero al mismo tiempo ha generado un escenario propicio para reformas que pueden impulsar la mejora educativa.
Un cambio positivo se dio al interior de las instituciones educativas en los primeros meses luego del cierre de las escuelas cuando, ante la falta de respuesta por parte de los ministerios de Educación, directores y docentes tuvieron que desplegar estrategias para seguir enseñando a la distancia. Una investigación realizada por la Fundación Pensar, para la que se entrevistó en profundidad a más de 50 directores líderes del país, reveló que el 68% de ellos pudo trabajar con mayor autonomía a raíz de la falta de lineamientos. “Uno siempre va recibiendo orientaciones de nivel central; pero cuando éstas no están, la escuela tiene que seguir en marcha, no podés quedarte esperando. La función de la escuela es irremplazable”, explicó una directora de escuela primaria de Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires.
En los aspectos pedagógicos, la autonomía se tradujo en la toma de decisiones sobre los contenidos. Ante la imposibilidad de sostener los programas regulares, el 98% de los directores afirmó que, junto con los docentes, decidieron qué contenidos priorizar. Las formas de enseñar también cambiaron. Ante la consulta de cómo reorganizaron la enseñanza, el 86% de los consultados afirmó que se animó a romper estructuras e innovar. En algunos casos, la división por materias dio paso a la enseñanza por áreas o al aprendizaje basado en proyectos, en los que se entrelazan contenidos y habilidades que antes se enseñaban fragmentariamente.
En cuanto a los medios para sostener el vínculo entre docentes y estudiantes, cada escuela trazó su propio camino. El 70% de los directores que participaron del estudio afirmó que WhatsApp fue la herramienta más utilizada para sostener la continuidad pedagógica, lo que da cuenta del atraso que atraviesa nuestro sistema en la enseñanza con TICs y la necesidad urgente de que se establezcan políticas de estado para alcanzar la inclusión digital.
El hiper-verticalismo de los sistemas educativos también reveló sus limitaciones. Sin ir más lejos, el cierre de escuelas se decidió de forma generalizada, sin medir las particularidades sanitarias de cada municipio. Así, por ejemplo, escuelas rurales de distritos en los que el virus no circulaba se mantuvieron cerradas sin justificación. “El sistema es tan verticalista que no entiende de diferentes realidades. Dentro de cada provincia, cada distrito tiene una realidad diferente. Si se sostiene el verticalismo, nunca vamos a tener libertad de acción”, expresó una directora de Coronel Rosales, Provincia de Buenos Aires.
La autonomía escolar despierta controversias en muchos ámbitos, sin embargo la pandemia demostró que debemos reabrir el debate sobre la necesidad de que los equipos directivos y docentes puedan sostener el protagonismo en la toma de decisiones que por necesidad tuvieron que abrazar durante la cuarentena. La pregunta central que debemos hacernos es autonomía para qué y cómo. En este punto, la mayoría de los directores entrevistados se mostraron proclives a adoptar mayor autonomía en relación a los aspectos pedagógicos y manifestaron dudas en cuanto a la gestión de recursos materiales, como el equipamiento y la infraestructura.
Claro está que la autonomía debe ser acompañada por un sistema de evaluación robusto, que permita reconocer en cada escuela aquellas fortalezas y las áreas de oportunidad en las que deben trabajar para lograr mejores resultados. Para que las instituciones educativas puedan transitar un camino de mejora continua, es necesario que el Estado ponga a disposición recursos como capacitación docente, conectividad, equipamiento, infraestructura adecuada, entre otros. Asimismo, debe procurar un sistema de acompañamiento que se base en la escucha activa para entender la realidad de cada comunidad educativa.
Otro cambio positivo que deja la pandemia es la puesta en valor de cara a la sociedad de la tarea docente, especialmente de aquellos que prácticamente sin recursos pusieron todo de sí para sostener la continuidad pedagógica de sus estudiantes. El 88% de los directores consultados por la Fundación Pensar afirmó que los docentes habían trabajado por fuera del horario escolar para adaptarse a las posibilidades de las familias.
El trabajo en equipo también se vio fortalecido y el liderazgo de los directores fue determinante para guiar a la comunidad educativa en medio de la incertidumbre. La virtualidad fue un aliado al facilitar la participación de los docentes en las reuniones. Una directora de secundaria de la provincia de Neuquén rescató que “a través de la virtualidad, pudimos generar mayor capacidad de trabajo y participación de los docentes. Hubo mejor productividad en el tiempo utilizado”.
El trabajo en red con otras escuelas fue rescatado por el 68% de los directores porque les permitió encontrar caminos para transitar mejor el tiempo de virtualidad. “Durante la pandemia perdimos el miedo a preguntar por el rumbo, formas de seguir, estrategias entre directores. Nos abrimos todos a trabajar en equipo”, ejemplificó una directora de primaria de la Provincia de Buenos Aires. Es necesario que los ministerios trabajen para que las redes que se gestaron durante la pandemia se mantengan vivas y que el trabajo en equipo deje de ser la excepción para pasar a ser la regla de la tarea docente y entre los directores.
Estamos frente al comienzo de un nuevo ciclo lectivo después de haber atravesado un año y tres meses del calendario escolar con las aulas cerradas. Los efectos negativos en las trayectorias educativas así como en la salud mental de niños, niñas y adolescentes son inconmensurables, pero como sociedad debemos hacer el ejercicio de aprender de lo vivido para poder ser mejores a futuro. El primer compromiso que debemos asumir es que todos los chicos estén en las aulas aprendiendo. Por eso es imperioso desarrollar estrategias para que aquellos que abandonaron la escuela retomen sus trayectorias educativas. Por otro lado, es urgente evaluar los aprendizajes y desarrollar investigaciones sobre los efectos de la pandemia entre la población infantil y adolescente. Por último, no podemos permitirnos volver a educar como lo veníamos haciendo antes de la irrupción del covid-19 ni barrer los problemas de la educación debajo de la alfombra. La catástrofe educativa debe servirnos para generar los consensos necesarios de manera de poder diseñar políticas de estado que se sostengan en el tiempo y que, basadas en la evidencia, nos permitan trazar el rumbo a seguir. La escuela debe volver a estar en el centro del sistema educativo, y los aprendizajes de las y los estudiantes, el leitmotiv de nuestro trabajo.