Javier Espada Valenzuela fue presidente del Observatorio Boliviano de Responsabilidad Social y actualmente es gerente general de la empresa HumanizaRSE, centro de capacitación online especializado en esta temática. Su experiencia le permite sostener que para la elaboración y ejecución de proyectos efectivos de responsabilidad empresarial es vital la participación de cuatro actores: el gobierno, la universidad, la empresa y la comunidad.
Es abogado y se formó como consultor en RSE en Chile; hizo un posgrado en la misma materia en Argentina. Ejerce su profesión como expositor, consultor y experto en RSE de Bolivia. Además desempeña funciones como asesor de empresas, ONG y universidades. Ha publicado los libros Responsabilidad Social Empresarial en el Estado Plurinacional (2012) y ¿Cómo evitar ser un empresario? Manual de supervivencia empresarial (2013).
— ¿Cuál es la diferencia de la propuesta suya de Responsabilidad Social Empresarial (RSE) con la que se aplica en el país?
— La razón fundamental de escribir este libro es que, por un lado, hay muchas recetas o fórmulas de afuera que tratan de aplicarse a nuestro contexto. Aquí planteo un modelo de RSE para Bolivia y en él incluyo un elemento que no se había incorporado en todas las teorías de RSE, que es la comunidad, el verdadero beneficiario. Ahora tenemos gente que pide que se los involucre en los procesos, en la toma de decisiones, eso es muy propio de Bolivia, que no ocurre en Inglaterra donde tienen un Ministerio de Responsabilidad Social Empresarial.
— ¿En qué consiste el modelo que usted plantea en su texto?
— Hay un teoría muy antigua que menciona que deben articularse tres actores: la universidad, el gobierno y las empresas. El gobierno que da las normativas, las empresas que financian los programas de RSE y la universidad que investiga y sistematiza todo este proceso, ese modelo se llama la triple hélice, muy antiguo que se ha estancado. Lo que yo planteo es un cuarto elemento, o sea incorporar a la comunidad. Al no tomarla en cuenta podemos incurrir en ejecutar proyectos que sean elefantes blancos, que la gente no aproveche o no disfrute. A veces, desde la percepción del empresario, se cree que esto o aquello les hará bien, pero no sabemos si realmente es eso lo que necesitan.
— ¿Cuál es la importancia de la participación comunitaria?
— Es fundamental en todos los procesos sociales por un asunto de empoderamiento, porque debe asumir como suyo el proyecto. Me refiero a la comunidad organizada, pero también a esos grupos que no han alcanzado ese estatus. La empresa puede ser un aliado clave porque además está en condiciones de ayudar a formar líderes en las comunidades. Posee una idea, una filosofía de gestión empresarial y puede transmitir eso a una colectividad que tiene problemas específicos pendientes de resolver. No se trata sólo de donar dinero, sino de involucrar a la gente, generar en ella capacidades y habilidades que les permita y facilite el resolver sus propios problemas. Si ayudamos y le damos impulso a esa comunidad, por un lado promovemos líderes y por otro generamos sostenibilidad al proyecto, porque hacemos que lo asuman como suyo.
— ¿Cómo recibieron las firmas esta su propuesta?
— Existen muchas empresas que se han involucrado en alianzas con organizaciones no gubernamentales (ONG), gobiernos municipales, universidades y con comunidades que han logrado generar un desarrollo integral; pero aún existen muchos empresarios que sienten que no pueden articularse con los actores, que (se resisten a la idea de que se) pueda denominar a una comunidad como socio. Por otro lado, hay una cierta sensación de miedo por si la comunidad acepta o no participar del proyecto, y esto sucede porque las firmas no tienen personal capacitado que sepa cómo hablar e ingresar a los poblados, entonces se siguen elaborando planes y programas de RSE desde el escritorio.
— ¿Qué deben hacer las empresas en estos casos?
— Lo que planteamos es que se alíen con un organismo o una institución que ya conozca la realidad de esa comunidad para beneficiarla. Lo que está ocurriendo, y esta es una manera muy simplista de ver la RSE, es que se plantea realizar un evento, en cualquier fecha específica o en Navidad, y regalar un producto a cualquier persona que esté circulando como si se tratase de beneficencia, de donaciones, de caridad; así no estamos resolviendo un problema real. Un problema real puede ser que niños con discapacidad visual estén en un hogar, que no tengan familia, o que las familias no se hagan responsables de sus hijos, o que los deben dejar en un hogar porque carecen de dinero. Haciendo una buena investigación, las empresas pueden contratar personal para resolver esos problemas, para generar oportunidades, para mejorar sus ingresos y condiciones de vida. Planteamos que el empresario reformule su manera de pensar en temas de gestión, no sólo en la maximización de ingresos, que es vital, sino también en las oportunidades que pueda crear en su negocio para las personas que no tienen las oportunidades de otros.
— ¿Los programas de RSE que se aplican en el país son ajenos a nuestra realidad?
— Sí. Muchos países han desarrollado organizaciones, abrieron institutos de investigación, crearon fórmulas de lo que se puede hacer en el mundo y han logrado estandarizar ciertos conocimientos a través de las ISO para RSE. Sin embargo, no se ha considerado a los pueblos indígenas, a sectores sociales o con discapacidad, no se ha involucrado a la comunidad que tiene problemas para identificar cómo se podría hacer buenas prácticas de RSE.
— ¿Falta una ley para una correcta aplicación de la RSE?
— Considero que sí, pese a que la RSE es voluntaria, de conciencia propia, lamentablemente en nuestro medio no tenemos una cultura de conciencia, y a veces necesitamos de una norma que obligue a las empresas a hacer una verdadera práctica de RSE en Bolivia.