Al abordar el análisis del tema y las políticas públicas para enfrentar la pandemia de coronavirus (COVID-19), debemos poner la salud de las personas (y, potencialmente, la vida) a la vanguardia de cada acción tomada por los sectores público y privado, así como por cada uno de nosotros individualmente. La prevención tardía, las malas comunicaciones, los maniqueísmos políticos, o simplemente enfocarse en objetivos económicos o el impacto sobre los mercados bursátiles, sin tener en cuenta la ciencia y la orientación de expertos en salud es extremadamente irresponsable. Hacerlo termina teniendo consecuencias más severas en todos los ordenes: políticos, económicos y sociales en juego.
La administración Trump ha sido no solo errática sino un ejemplo del mal manejo de la crisis. Pasó de la negación al juego político, y súbitamente, a las reacciones extremas, incluida una declaratoria de emergencia con medidas ineficientes o incompletas en el plano medico-sanitario. La narrativa del gobierno de los EEUU, junto con la falta de esfuerzos coordinados a nivel internacional, ha creado más pánico y ha expuesto al pueblo estadounidense a una crisis de salud más alta, con un costo en vidas y mayores implicaciones económicas. En consecuencia, esta pandemia del COVID-19 inevitablemente ya ha redifinido las perspectivas económicas para este año y el venidero, mientras que también ha replanteado la contienda presidencial de 2020 en los Estados Unidos.
Ahora, por falta de adecuada respuesta y el mal manejo de lacrisis, el impacto económico de la crisis es de mayor magnitud. Las agencias multilaterales están proyectando una disminución actual de al menos 1 a 1.5% en el PIB global promedio. Solo para EE. UU., esto reducirá el crecimiento económico a 1.8% desde 2.2%, por ahora; la volatilidad del mercado y las pérdidas son cuantiosas (hasta ahora, los índices han bajado más de un 25%), y se ha instalado una dinámica que, en sus peores escenarios, podría tener el potencial de una recesión.
La respuesta de Trump también falló en generar confianza a través de proponer medidas inscritas en el marco del bipartidismo. En sus apariciones públicas, incluso ha evidenciado su hostilidad política y su renuencia a trabajar con los gobernadores demócratas. Por ejemplo, llamó al gobernador del estado de Washington John Inslee una “serpiente”, luego de expresar su desacuerdo con el tono conciliador del vicepresidente Pence, cuando este elogió los esfuerzos coordinados y la respuesta del gobierno estatal en una de las regiones con la exposición más crítica a COVID-19.
Afortunadamente, hubo mejores señales de Capitol Hill que de la Casa Blanca. Trump subestimó los recursos y el alcance de su solicitud de financiación para gestionar la crisis COVID-19 (limitando el esfuerzo en todos los frentes, incluida la prevención y la investigación de financiación insuficiente). En respuesta, los líderes demócratas en la Cámara y el Senado aumentaron rápidamente la solicitud de $ 1.5 a 8 mil millones de dólares, recibiendo el apoyo inmediato de buena parte del líderazgo republicano. Hasta ahora la Secretaría del Tesoro ha anunciado la posibilidad de un acuerdo final en esta materia, pero existe la incertidumbre por las posturas de algunos legisladores oficialistas y el silencio de Trump.
En ese sentido, Joe Biden, candidato presidencial demócrata y ex Vicepresidente de los EEUU, salió a crear un fuerte contraste con Donald Trump en un discurso en el que su experiencia como estadista y la orientación experta adecuada esbozaron un camino para el control de crisis. Su discurso demostró que el liderazgo de sentido común y el seguimiento de la ciencia son esenciales, al igual que cuando ayudó a dirigir la respuesta efectiva de la Administración Obama-Biden a la pandemia de H1N1 2009 y la epidemia de ébola de 2014.
Entre las medidas para un plan integral, Biden describió lo que hasta ahora le falta al enfoque de Trump. Entre otras cosas:
• Asegurarse de que toda persona que necesite un examen pueda obtener uno gratis. Además, cada persona, ya esté asegurada o no, no tendría que pagar un dólar de su bolsillo por las visitas relacionadas con las pruebas de COVID-19, el tratamiento, los servicios preventivos y cualquier vacuna eventual.
• Ampliar la ayuda alimentaria para familias y niños en apuros.
• Extender el seguro de desempleo, licencia por enfermedad remunerada y otras medidas para ayudar a los trabajadores, las familias y las pequeñas empresas perjudicadas económicamente por la crisis de COVID-19.
• Liderar la respuesta global a COVID-19 y avanzar en la seguridad sanitaria mundial.
Más aún un solo tweet emitido por Joe Biden puede ser el misil electoral más potente que se haya imaginado. Escribió el candidato demócrata: “Necesitamos asegurarnos de que cada persona que necesite una prueba de coronavirus pueda hacerse una, y que la prueba sea gratuita. Punto.”
El tema tiene el potencial de desatar una tormenta de opinión pública pues fuentes oficiales han confirmado a los medios que La Casa Blanca se negó a trabajar con la Organización Mundial de la Salud en la administración masiva y gratuita de estas pruebas; siendo el caso que de hecho, uno de los países más exitosos en el manejo de la pandemia ha sido Corea del Sur; y una de las herramientas claves de ese éxito para contener el contagio, aplicando de inmediato protocolos de cuarentena, contención o atención clínica temprana en los población más vulnerable, fue la administración masiva y gratuita de exámenes para determinar la presencia del virus (en escuelas, farmacias, lugares públicos y puertos o aeropuertos).
Queda mucha tela por cortar pero debemos aspirar a que este delicado asunto cuente con acuerdos entre expertos y autoridades sanitarias, y que el acuerdo político sea otorgar a esos planes y propuestas todo el apoyo financiero necesario, incluyendo a esta altura medidas de estímulo económico y apoyo a las personas contagiadas con el virus.