Los jóvenes españoles: entre la espada y la pared

Los jóvenes españoles se enfrentan a una situación curiosamente irónica. Aquellos que superaron con creces la educación de sus padres y abuelos deben combatir a su vez, debido a las incesantes crisis económicas que han ennegrecido las expectativas de estos, un horizonte laboral totalmente incierto. Un estudio del CEPS de Bruselas pone al país ibérico en cabeza europea en términos de fuga de cerebro o “brain drain” como resultado de la triplicación del desempleo juvenil entre los años 2007 y 2010. El estudio reza que unos 87.000 españoles en los años posteriores hicieron las maletas rumbo a los países del norte de la Unión Europea dejando atrás familia, amigos y un estilo de vida, en opinión de muchos, más atractivo que aquel de los países al norte de los pirineos catalanes. A medida que estados como Alemania, Reino Unido u Holanda se nutrían de talento que alimentaba sus industrias más técnicas, el sur perdía aquellos jóvenes profesionales que se habían educado en gran parte gracias al financiamiento del propio gobierno.

Así, el capital humano cualificado se empobrecía en un mercado laboral donde prima la industria del turismo. Esta situación ofrece únicamente dos alternativas a los jóvenes españoles: emigrar a nuevos destinos, como así sucede, u optar por puestos en el sector servicio de baja remuneración para los que incluso, en algunas ocasiones, los candidatos deben ocultar su preparación académica para no caer en la conocida “sobrecualificacion”. Más allá de la preocupación en cuanto a la peligrosa dependencia que España tiene del turismo proveniente principalmente de los países nórdicos, se presenta una paradoja difícil de asimilar para la población joven. Tener educación superior en España ya no significa una ventaja competitiva con respecto a los demás candidatos. Gracias al sistema estatal que subsidia gran parte del coste educativo desde temprana edad hasta grado y posgrado, incluso los jóvenes con menos recursos tienen la capacidad de cursar sus estudios superiores sin necesidad de endeudarse enormemente, algo que sucede en otros países como en EE. UU. La paradoja reside justo ahí, cuando creíamos que España era vanguardista en cuanto a la difícil balanza entre calidad de educación e igualdad de oportunidades, la realidad es que ni el mercado laboral ni la industria española están preparadas para satisfacer tanta oferta de personal cualificado.

En esta dirección, podemos observar en los datos educativos de la Encuesta de Población Activa (EPA) obtenidos por el propio Ministerio de Educación que más del 50% de los jóvenes entre los 25 y 29 años ha obtenido un título de educación superior, tendencia que supera en 11,9 puntos los mismos datos obtenidos en 2010. Esto se debe en gran medida a que, en las últimas décadas, se han implementado programas cuyo objetivo es integrar a las mujeres españolas en las universidades. Sin embargo, el mismo estudio apunta que, pese a que más del 50% cuenta con educación superior, el porcentaje de jóvenes entre 15 y 29 años que ni estudia ni trabaja también ha aumentado en un 17,3%. Si bien, entre otros factores, se debe al abandono escolar que sin duda es un asunto preocupante en la edad adolescente, se puede concluir que muchos de estos jóvenes que acceden y completan un título superior son incapaces de obtener un empleo relacionado con su preparación académica.

No obstante, esta situación no solo pone en una tesitura preocupante a los jóvenes españoles, sino también al propio estado y su futuro social y económico. Por un lado, esta fuga de jóvenes es el resultado de un ruinoso o inexistente plan de retención de talento por parte del sector privado, pero sobre todo del público. Si tenemos en cuenta los datos proporcionados por el Banco Mundial, en 2010, España invertía más por alumno en términos de PIB per cápita que Alemania, un 26,1% y un 23,9% respectivamente. A pesar de ello, en el año 2013 se registró la mayor migración de jóvenes españoles a Alemania desde 1973. Aproximadamente 29.910 españoles se vieron obligados a emigrar al país germano donde la tasa de desempleo se encontraba en el 5,6% frente al 27% de la española. Si bien es cierto que Alemania también cuenta con un sólido plan educativo, se puede apreciar que la economía alemana era capaz de absorber no solo la oferta de su propia mano de obra sino incluso la de países como España o Italia. En estrictos términos económicos, resulta inútil que el estado español financie gran parte de los estudios de sus jóvenes si después es incapaz de crear las oportunidades laborales suficientemente atractivas como para retener dicho talento. Esta situación tiene muchas consecuencias negativas en toda la población: niños que crecen con unas expectativas limitadas, padres que se ven obligados a apoyar financieramente a sus hijos y la reducción de calidad de vida de los ancianos españoles, quienes dependen de la masa laboral joven para costear sus pensiones.

Por si esta situación no fuera lo suficientemente alarmante, a aquellos jóvenes que son incapaces de emigrar o que sencillamente deciden quedarse en su madre patria por preferencias personales, se les presenta una tercera opción cada vez más usual en España: opositar. Según los datos recientes del Ministerio de Función Publica, en 2022 se contabilizaban 2.717.570 trabajadores públicos, la cifra más alta desde 2002. Cada año se aumenta el número de plazas para opositores que ven en esta alternativa la oportunidad y estabilidad que el sector privado no les puede ofrecer. Resultaría tramposo no reconocer que dicho incremento se debe principalmente al aumento en servicios y calidad de estos que disfruta la población española, sin embargo, al no ser acompañado por un crecimiento paralelo del sector privado ha creado un desequilibrio que probablemente tenga graves consecuencias a medio y largo plazo, tanto para los jóvenes como para la economía en general. Definitivamente, esta situación pone entre la espada y la pared a aquellos quienes son conscientes de la suerte que significa nacer en uno de los países con mejor calidad de vida del mundo, pero a la vez son conocedores de las limitaciones que su propio modelo económico representa. En este contexto, cuando parece que recién salimos de una crisis para ser golpeados por la siguiente, resulta extremadamente complejo implementar una transición efectiva hacia una economía diversificada que pueda absorber la demanda de los jóvenes españoles. Por ello, resulta imperativo buscar urgentemente alternativas como la industria energética basada en las fuentes eólicas, solares y marinas, ser pioneros en investigación sanitaria y tecnológica, atraer capital extranjero que ofrezca atractivos puestos de trabajo a nuestros jóvenes… de lo contrario, y con mucho dolor, me temo que mi querido país seguirá siendo estrictamente la tierra del futbol, la cerveza y la playa para los alemanes pero no un lugar donde los jóvenes españoles tengan visos de formar una familia y prosperar.