Acabo de llegar de la llamada Diada de Nantes, en Francia, organizada por el prestigioso medio de comunicación vecino Le Nouvel Observateur. Cuesta imaginar a miles de jóvenes reflexionando sobre los secretos para vencer la tristeza y el estrés. Lo más fascinante del encuentro de Nantes fue contemplar a miles de personas acariciando los secretos para vencer la crisis, salir del sopor y el desespero en el que están inmersos tantos europeos. El primero de los secretos apuntados fue la recuperación de niveles adecuados de creatividad.
La verdad es que resultaba seductor encontrar por fin jóvenes que, en lugar de tirar piedras contra las inermes instituciones establecidas, tiraban ideas a cual más verosímil para salir de la crisis. La primera era corregir los errores pasados de jerarquizar las competencias para conseguir trabajo, que ponían en último lugar a la creatividad. Lo único que interesaba a los jóvenes en la sociedad industrial de la que estamos saliendo era encontrar trabajo; aunque fuera sin ser creativo. Hoy es exactamente al revés, gracias a que se van desgranando y conociendo las nuevas competencias a las que luego me referiré.
En Nantes, me di cuenta de que la gente está recuperando su confianza en el poderío ingente de la experiencia individual para transformar la sociedad; no solo se dispone de todos los medios para cambiar de ideas, sino para modificar las estructuras cerebrales y genéticas de la manada. Como dice un neurólogo suizo amigo mío: «es cierto que estamos programados, pero para ser únicos».
¿Cuáles son esas nuevas competencias que conseguirán reducir a por lo menos la mitad el porcentaje de parados entre los jóvenes, que supera en la actualidad el cincuenta por ciento? Lo desalentador es ver la lentitud con la que los sistemas educativos en España están introduciendo el aprendizaje social y emocional. ¿Cómo se puede ignorar durante tanto tiempo lo que ha hecho patente la irrupción de la ciencia en la cultura popular y la consiguiente urgencia para introducir en el sistema educativo las nuevas competencias?
La gestión adecuada de las emociones exige su conocimiento: por favor, que levanten la mano los que enseñan lo que es el desprecio, el odio o el miedo. El desprecio es lo que sufría el expulsado de la cueva por la manada y significaba su muerte. El odio del infiel conducía inexorablemente a la guerra. El miedo –cuando comprimía el ánimo– alentaba la búsqueda de la manada para sobrevivir. ¿Alguien recuerda el experimento efectuado en la década de los cincuenta en la Universidad de Minnesotacon dos grupos de estudiantes, amenazado el uno con electroshocks viciosos y muy benévolos con el otro? Los primeros buscaron la compañía de los demás e innovaron mientras esperaban. Los segundos se dedicaron a otras actividades.
Aprender a colaborar, en lugar de competir, es otra de esas competencias que a día de hoy sigue sin enseñarse. La toma de decisiones no puede efectuarse tampoco en la actualidad sin haber penetrado previamente en sus mecanismos emocionales e intuitivos. Se ha avanzado tanto a nivel científico sobre las verdaderas dimensiones del bienestar que ya nadie puede dudar de que en él tienen una prioridad absoluta las relaciones personales, el control de su propia vida y la identificación de aquello que nos conmueve. La búsqueda del dinero aparece siempre en tercer o cuarto lugar, y no es siempre la causa de la felicidad, sino también de la desazón y el malestar.
¿Alguien está enseñando la necesidad de poner atención en la atención? La proliferación inacabable de información es muy superior a la capacidad del ser humano para manejarla; para ello son indispensables dos nuevas competencias: la capacidad para concentrarse y la profundización en disciplinas afines a la de la especialización original. Para aquellos que se aburran, puedo añadir la necesidad de dominar las técnicas digitales de comunicación. Todas esas competencias son necesarias para encontrar trabajo en la nueva sociedad del conocimiento y para disfrutar de la vida.