Hoy en día hay personas y organizaciones que poseen el dinero y la tecnología para manipular el sistema climático de la Tierra. De hecho, ciertas formas de “gerencia del clima” son consideradas una opción de emergencia para el futuro por parte de algunos gobiernos. Aunque hay activistas que aseguran que esto es una realidad y que los llamados “Amos de la Tierra” (gobiernos/corporaciones/emprendedores científicos) ya están interviniendo y manipulando el clima en el presente para su beneficio. Pero de esto último no hay evidencia alguna.
Teorías conspirativas aparte, existe un respetable conjunto de pioneros de la llamada geoingeniería. Científicos que creen es posible hacer intervenciones deliberadas en el sistema climático para contrarrestar el calentamiento global o al menos algunos de sus efectos. La geoingeniería es una disciplina literalmente de alcance global que es escenario de fascinantes innovaciones. Pero algunas de estas innovaciones pueden tener consecuencias escalofriantes.
Esta ciencia implica que los seres humanos pongan a prueba su capacidad tecnológica y tomen el control del sistema climático de la Tierra. El asunto es que, una vez que lo hagan, deberán regularlo artificialmente para siempre.
Aparentemente, algunos de estos científicos están conscientes del riesgo de jugar a Dios: las manipulaciones humanas de gran escala tendrán imprevisibles implicaciones ecológicas, económicas y geoestratégicas. Pero la justificación que esgrimen es que es necesario un Plan B para salvar a la humanidad, pues hasta ahora el plan A no ha funcionado.
Los esfuerzos por controlar las emisiones de carbono y poner coto al cambio climático parecen encaminadas al fracaso. Valga decir que en el 2013, por primera vez en tres millones de años,la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera batió el récord de las 400 partículas por millón.
Los alarmados científicos temen que el constante aumento en la concentración de partículas puede llevar a que la Tierra supere al punto máximo de tolerancia, uno en el que el advenimiento de una emergencia climática será irreversible.
El profesor de ética australiano Clive Hamilton -autor de Earthmasters: The dawn of the age of climate engineering, libro recientemente publicado por Yale University Press– cree que el genio salió de la botella y que, tarde o temprano, alguien dará el primer paso (no tiene que ser la ONU o un gobierno, podría ser un multimillonario emprendedor dispuesto a “salvar la Tierra” por su cuenta y riesgo)
Sin duda, el cambio climático y la necesidad de una vida más armónica con los ciclos de la Tierra ha sido fuente de inspiración para miles de innovaciones en las dos últimas décadas. Pero ninguna ha sido definitiva, suficientemente práctica, ni suficiente para contrarrestar los efectos negativos. Hasta ahora cuando entra en escena la geoingeniería.
Algunas de sus propuestas suenan a ciencia ficción, como por ejemplo el lanzamiento de nubes espejo al espacio, que sean una suerte de sombrillas que devuelvan una parte de los rayos solares.
Otras, cuya tecnología está ya al alcance, plantean la fertilización de los océanos para que sus microalgas absorban más dióxido de carbono y lo arrastren a sus profundidades; o el lanzamiento mediante aviones, en la alta atmósfera, de un aerosol a base de sulfatos que servirían para crear una película protectora alrededor del planeta.
Esta última opción es la que está llamando más la atención de algunos gobiernos y algunos científicos abanderan una campaña para hacer una prueba piloto -urgente- sobre el círculo polar ártico. La hipótesis es que si se rocía la Tierra con una capa de partículas químicas el planeta se enfriaría al regularse la cantidad de radiación solar que alcanza la superficie.
Hamilton cree que esto implica un gran riesgo para la flora que verá reducir sustancialmente su fuente de luz para la fotosíntesis. Se cree que este experimento podría bajar hasta 2 grados la temperatura del planeta, pero se desconoce el efecto que esta aparentemente pequeña variación tendría sobre ciclos climáticos, como los vientos Monzones de los que dependen naciones enteras. Y si alguien cree que no hay como recoger el agua derramada qué decir de los aerosoles de sulfatos…
Se plantea también un problema de gobernabilidad. Actualmente, la investigación se concentra en Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania. China, en la cola, acaba de colocar la geoingeniería entre sus ciencias prioritarias. La pregunta es quién tendrá el control sobre el termostato global. “¿Cuál será la consecuencia geopolítica si se da el caso de que Estados Unidos o Europa disfruten de un clima más benigno, mientras en la India o China sufran sequías?”, se pregunta Hamilton.
La ciencia y tecnología están redefiniendo el concepto de ser humano, pero no han cambiado su ambición de poder. Todos los reclamos por una moratoria en esta ola de innovaciones de orden planetario se enfrentan a la voluntad de los que aseguran que el ser humano puede ejercer un dominio total sobre la naturaleza, incluso mucho antes de entenderla por completo.