El Gobierno del presidente Barack Obama, conjuntamente con una serie de organizaciones internacionales bajo el paraguas de las Naciones Unidas, además de los gobiernos de China, Rusia, Inglaterra, Francia y Alemania, han suscrito un acuerdo para la no proliferación de armamento nuclear con Irán, así como el control en el uso de energía nuclear. A cambio, se acordó levantar las sanciones -o embargo económico- de Naciones Unidas contra Teherán.
Es un paso histórico. Forma parte de un legado que Obama ha querido profundizar en los últimos dos años de su Presidencia, cuando ha retomado el tipo de liderazgo orientado a producir los cambios que tanta expectativa crearon a su llegada a la Casa Blanca.
Como era de esperarse, en Estados Unidos hay voces opuestas al acuerdo. Sobre todo, en el seno del partido Republicano, que hoy controla ambas cámaras legislativas del Congreso. Por tanto, se espera un debate muy difícil para su ratificación, teniendo en cuenta que cualquier legislación que negara la ratificación sería vetada por el Presidente, lo que dejaría el acuerdo con vida “en ejecución de la política exterior” mientras Obama despache en el Salón Oval.
También es visible la beligerante oposición del premier israelí, Benjamin Netanyahu, quien ha llevado su disidencia hasta el punto de hacer visitas a Washington para hablar ante el Congreso sin ser recibido por el presidente Obama. A contravía de estas disidencias, un reciente sondeo del Washington Post y ABC confirmó que 59% de los estadounidenses apoya este acuerdo. La mayoría de los ciudadanos lo percibe como un paso importante en la búsqueda de un enfoque más productivo a través de la diplomacia, en medio de las diferencias con Teherán.
La suerte del acuerdo en el Congreso está por escribirse, pero dos datos interesantes gravitan sobre la maniobra legislativa. Uno es que, según encuesta reciente de Reuters/Ipsos, 31% de los electores republicanos apoyan este acuerdo; y dos, de acuerdo con investigaciones de Gallup, 54% de la población judío-estadounidense apoya las políticas del presidente Obama aún durante este ciclo negociaciones con Irán. Dado que 70% de la población judía de EEUU se identifica con el partido demócrata, tanto Obama como el partido tienen capital político en el electorado judío para dar este paso.
Obviamente, Obama ha sido criticado por avenirse al acuerdo sin exigir la liberación de los estadounidenses detenidos en Irán, pero el propio mandatario respondió con un categórico rechazo a las acusaciones de debilidad y de haber dejado en el olvido este asunto cuando, ante las preguntas sobre el pacto, dijo: “La noción de que estoy celebrando este acuerdo sin importarme la libertad de estos conciudadanos no tiene sentido”. Y agregó, emplazando al periodista al comentar los avances en las negociaciones sobre esas liberaciones (cuestión que se tramita en paralelo), la desafiante afirmación: “Usted no debería hablar sin conocimiento”.
Pero más allá de la diatriba política y el debate sobre los beneficios del histórico acuerdo, este tendrá un innegable impacto en la economía mundial. Al levantarse el embargo económico contra Irán, se le rehabilita plenamente como destino para las inversiones petroleras y se agrega a la oferta mundial sin restricciones su capacidad exportadora de crudo, que no es poca cosa.
Durante el periodo de las sanciones a Irán, -que se extendió del 2011 a la fecha-, las exportaciones de petróleo iraní se redujeron en la mitad, esto es, 1.200.000 barriles diarios salieron del mercado internacional. Naturalmente, Irán estará impaciente por retomar todo el potencial que ofrece este recurso para su recuperación económica, en un mercado donde la competencia de alternativas energéticas y el petróleo de esquisto han determinado una caída en los precios del crudo a menos de 60 dólares por barril. No con falta de fundamento algunos analistas, particularmente los de Citibank, ven el precio del petróleo caer aún más en los próximos meses.
Para Venezuela, México y Ecuador, por ceñirnos al contexto latinoamericano, este acontecimiento convoca creatividad… y ajustes en materia fiscal. Pero para el Gobierno de Nicolás Maduro supone un emplazamiento dramático. Primero, la apertura con Cuba y ahora esto. Ha quedado demostrado que la política de confrontación con Estados Unidos no ha servido para nada. Como, por cierto, es el caso de toda la política internacional y económica del régimen chavista-madurista.
Es decisión de Maduro y sus asesores persistir en la línea de las consignas agresivas. La realidad va por una vía muy distinta. Diplomacia, acuerdos, negociación con Estados Unidos, moderación del tono de las cancillerías y aumento de la producción petrolera… de los países que tengan la capacidad de hacerlo. Todo lo demás es pasado.
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