Paraguay: Una historia que se muerde la cola

El retornos de los Colorados, nada extraño en el paisaje de América Latina que lucha por imponer la democracia como sistema que asegure la convivencia en este siglo veintiuno.

I. Un sepulcro sellado

El novelista Augusto Roa Bastos dejó dicho que Paraguay es una isla rodeada de tierra. Y aún más que eso, José Gaspar Rodríguez de Francia y Velasco, Supremo Dictador Perpetuo de la República, el célebre doctor Francia, convirtió al país a partir de la independencia en 1811 en un sepulcro sellado para quienes vivían en su territorio, sin mendigos ni ladrones ni asesinos, pero también sin enemigos, hacinados en los calabozos, o en los cementerios.
Lo sucedió su sobrino Carlos Antonio López, quien a pesar de su codicia, pues amasó una inmensa fortuna a la sombra del poder, hizo intentos de modernidad, y construyó nuevas líneas de ferrocarril y la primera fundidora de hierro que hubo en el cono sur.
Tras su muerte en 1862, el poder pasó a manos de su hijo Francisco Solano López, disoluto aficionado a las faldas, premiado por su padre con las insignias de brigadier a los dieciocho años de edad, y elevado a mariscal por un decreto que él mismo firmó ya presidente.
Había sido enviado a Francia por su padre a comprar un cargamento de armas, y en París se enamoró de las pompas de Napoleón III, y de una irlandesa a quien se llevó de regreso consigo, Elisa Alicia Lynch, llamada por la gente “la Madama”, pronto convertida en la más grande terrateniente de Paraguay, y quien ya viuda habría de morir sin embargo en la miseria.
A partir de 1865 se declaró la Guerra de la Triple Alianza, o Guerra Grande, librada contra Brasil, Uruguay y Argentina, y que duró hasta 1870, en el curso de la cual murieron un millón de paraguayos, entre ellos el propio mariscal presidente, y sólo sobrevivieron niños, mujeres y ancianos, y un puñado de hombres.
El país quedó en manos del imperio brasileño, y bajo la sombra de esta ocupación nació en 1887 el partido Colorado, fundado por el obediente presidente Bernardino Caballero.
Los colorados gobernaron durante 60 años, y fue el partido único desde la llegada al poder del dictador Alfredo Stroesnner en 1947, hasta que éste fue derrocado en 1989 por su consuegro el general Alfredo Rodríguez, otro colorado.
A comienzos del siglo veinte, 79 personas poseían la mitad de la tierra, mientras campeaban la marginalidad, el atraso y el analfabetismo, que cubría al 80 por ciento de la población.
Esta situación ha cambiado poco hasta ahora, como ha cambiado poco el imperio de la corrupción, que va del enriquecimiento ilícito de los gobernantes a la compra de votos, sobre todo a los indígenas más pobres de la población guaraní.
Y cambiarla fue la bandera con que el antiguo obispo Fernando Lugo llegó al gobierno en 2008, el primer presidente que desde la independencia recibiera la banda presidencial como candidato de la oposición, derrotando al sempiterno partido Colorado, hasta que fue depuesto en 2011 por un golpe técnico.
El viejo partido Colorado regresa ahora al poder con el empresario de múltiples negocios e intereses Horacio Cartes, demostrándose así que en el subibaja que es la política latinoamericana pueden sentarse tanto un ex cura que llega a la silla presidencial gracias a las esperanzas de los más pobres, tal el caso de Lugo, como un millonario que se proclama ajeno a la política al grado de no haber votado nunca antes, tal el caso de Cartes, favorecido por la ingenua convicción de tantos votantes, de que quien ya tiene mucho no necesita robar desde la presidencia: “No me afilié al Partido para hacerme rico”, dice él mismo, “ya tengo todo y de todo”.
Banquero, y dueño de dos docenas de compañías que van desde productoras de tabaco y cigarrillos a embotelladoras de bebidas, haciendas de ganado y mataderos, centros comerciales y empresas de transporte, debe también su fama al futbol, pues es el propietario del equipo Libertad, y se le acredita haber llevado a la selección paraguaya a los cuartos de final en el mundial de 2010 en Sudáfrica; lo mismo que se ponen en su cuenta amoríos con estrellas de la pasarela y de la televisión, aunque en este último caso sabe usar esa vieja retórica cursilona, tan latinoamericana también, al afirmar que durante su presidencia, “la primera dama va a ser la patria”.
Pero la democracia es entre otras cosas eso, un subibaja cuyo balancín los electores empujan hacia arriba o hacia abajo. Y ahora Cartes tendrá que demostrar que siendo suficientemente rico, no meterá la mano en la alcancía tan tentadora del estado.
Mientras tanto, entre sus antecedentes hay acusaciones en su contra por lavado de dinero y contrabando de cigarrillos, provenientes de la DEA de Estados Unidos y de una comisión investigadora del congreso de Brasil.
Y demostrar también si además del talento para hacer dinero a montones, según se ve más allá de las reglas del juego, tiene las capacidades suficientes para gobernar un país lleno de tantas calamidades como cuando empezó el reinado del partido Colorado.
Hay quienes dicen que durante la campaña electoral habló muy poco para que no errara tanto, según el consejo de sus asesores publicitarios. “Si callado era un misterio, hablando es un horror”, afirma uno de sus adversarios.
Preguntado en un programa de radio qué haría si descubría que un hijo suyo fuera gay, respondió: “Me voy a pegar un tiro en las bolas, sinceramente”. Es por eso que, con justa razón, sus directores de campaña no lo dejaban dar entrevistas ni hablar con la prensa.
“El que quiera ser feliz andando de rama en rama, que se vuelva mono”, dijo de los homosexuales en el mismo programa.
Una historia que se muerde la cola. Dictadores mesiánicos, guerras devastadoras, pobreza y marginalidad, corrupción campante, golpes de estado, partidos que se eternizan en el poder, candidatos sacados del variado sombrero del mago.
Nada extraño en el paisaje de América Latina que lucha por imponer la democracia como sistema que asegure la convivencia en este siglo veintiuno.