Paz en Colombia: otra lectura del plebiscito

El plebiscito por La Paz en Colombia arrojó un resultado que sorprendió no solo al gobierno y a los analistas de Colombia y el mundo, sino a los propios promotores del No, opción que resultó ganadora por un escaso margen de menos del 1% diferencia sobre el Sí.

A pocas horas de conocerse este desenlace, surgieron toda clase de lecturas. El propio gran vocero del No, el expresidente Álvaro Uribe, exhibió nítidamente su disposición a entrar en la escena política como líder de un movimiento que se presentaba, más que como ganador, como portador de un mandato para tomar un camino radicalmente diferente al señalado por el gobierno de quien fuera su ministro de Defensa, hoy en las antípodas, el presidente José Manuel Santos. Y las redes sociales se llenaron de eufóricos y mensajes poco reflexivos.

En democracia se gana una elección o un referendo así sea por un voto; los resultados deben respetarse incondicionalmente. Pero debe hacerse una lectura política muy profunda y ponderada, nunca altiva por parte de los vencedores, cuando ante una cuestión tan trascendente el país se divide en dos partes materialmente iguales. Sin perder de vista el hecho de que en la consulta solo participó el 37% del electorado, y que la suma de votos nulos y votos no marcados (257.180) es mayor que la diferencia (53.849) que dio la victoria al Sí.

La semana pasada falleció Shimon Peres y, recordándolo en un artículo donde le rendíamos tributo a su pensamiento y obra, citábamos su poderosa frase ante el desafío de negociar la paz en el conflicto a cuya solución dedicó su vida: “La paz no se hace con tus amigos, sino con tus más enconados enemigos”. Obviamente, los asuntos incluidos en el acuerdo de paz sometido a consulta en Colombia son polarizantes, muy difíciles de digerir para muchas peesonas, incluyendo especialmente a las víctimas del conflicto y sus familiares. Pero escuchar a Ingrid Betancourt, connotada víctima de un terrible secuestro de siete años por parte de las FARC, decir: “Lo que sorprende no es que se firme la paz, sino que haya gente que vote No”, debe convocar a reflexiones más serenas y alejadas del fanatismo binario con el cual se manejan las comunicaciones electorales. De hecho, el propio asesor político de los promotores del No confesó en reciente declaración (que le valió un regaño de Uribe) que la estrategia fue lograr que la gente saliera a votar “verraca” (furiosa) para opacar la discusión del contenido de los acuerdos con mensajes que generaran indignación.

Pero centrándonos en los dos contenidos de los acuerdos que produjeron mayor controversia, la justicia transicional y la habilitación política, vale la pena mirar la historia de las negociaciones que ponen fin a conflictos de este tipo. En Sudáfrica, tras el ascenso de Mandela al poder, hubo una forma de justicia transicional, a través de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, que permitió establecer responsabilidades sin criminalizar a los autores de terribles atrocidades en el oprobioso Apartheid en un modelo muy interesante de amnistía. La sanción moral y el impacto educativo en la sociedad fue impresionante.

En Chile, tras el plebiscito que terminó con la dictadura de Pinochet, el ex dictador quedó al frente del Ejército por una década y erigido como senador vitalicio junto con la habilitación política de un grupo de importantes jerarcas militares, también responsables de terribles crímenes contra la disidencia política.

En la transición de Nicaragua, tras la primera derrota electoral de Ortega frente a Violeta Chamorro, esta aceptó gobernar con el hermano de Daniel Ortega como jefe del Ejército, para alcanzar el reconocimiento del resultado electoral e iniciar una nueva etapa. Humberto Ortega permaneció cinco años en el cargo, toda ello a efecto de evitar el resurgimiento de las hostilidades vividas durante la terrible guerra civil que azotó a Nicaragua hasta que se impuso el sandinismo.

Pudiéramos seguir citando ejemplos, pero solo debo subrayar que el enfoque en todos esos casos es una forma excepcional y transicional de justicia en la que el énfasis está en la reparación o compensación de las víctimas y no en la criminalización de los culpables; al tiempo que se busca el cese de hostilidades, la entrega de las armas y la incorporación de todos los actores al proceso democrático.

Como venezolano podría, incluso, no haber ido tan lejos, y recordar que en nuestro propio país, luego de acorralar militarmente a la guerrilla en los años sesenta, se entró en un proceso de pacificación que concluyó en amnistía general y la incorporación de los líderes de la insurgencia en la vida política, entre ellos nuestros hoy admirados Pompeyo Márquez y Teodoro Petkoff, hoy voces de una izquierda democrática que confronta al desgobierno y la arbitrariedad del oficialismo. Por ahora, me limito a poner estos casos sobre la mesa para combatir los fanatismos y las manipulaciones que tanto daño hacen, particularmente cuando lo que está en juego es La Paz tras décadas de violencia. Ya es tiempo de inaugurar una nueva era para que Colombia pueda dar pasos que la encaminen hacia más progreso económico y justicia social.

Nunca se puede aspirar a una negociación de paz en la que el resultado sea equivalente a la rendición incondicional, porque en ese caso estaríamos irremediablemente ante la continuidad del conflicto. Y siempre al pensar el conflicto o las guerras civiles, al margen de la crueldad que deshumaniza a sus protagonistas, debemos reflexionar sobre las causas sociales que le dieron origen, porque si aquellas desigualdades o injusticias siguen presentes, siempre podrán ser manipuladas para escalar la hostilidad, sumándose también las causas o motivaciones políticas (o económicas y hasta personales) que ha creado el conflicto mismo. Ya sé que algunos lectores estarán brincando de rabia al leer estas palabras. Pero con amor de hermano e indeclinable vocación por la democracia, aspiro a que Colombia encuentre La Paz.

Ojalá las cosas deriven a un escenario de sensatez y se pueda reconducir y alcanzar La Paz en Colombia. Creo que la lectura del resultado del plebiscito es que se renegocie y se consiga, sin reeditar cuatro años más de arduas discusiones, la aceptación de los acuerdos. A esto se llegará deponiendo posturas irreductibles que inviten al resurgimiento de hostilidades, por ahora afortunadamente descartadas por las Farc.

La Paz en Colombia merece una oportunidad. Por el bien de todos los colombianos y de la región entera, especialmente de su hermana y vecina Venezuela. Este es el espíritu con que el mundo observa este proceso y a ello se debe la concesión del premio Nobel de la Paz al presidente Juan Manuel Santos. Es un reconocimiento a los esfuerzos y al deseo de avenimiento del país en su conjunto. El comité sueco, definitivamente, ha hecho otra lectura del plebiscito. Y ha votado Sí.

Nos leemos por @lecumberry

Imagen: Dibujo de una estudiante de 14 años, tomado de peacequilt.wordpress.com