Piazzolla y Botero, dos emprendedores que rompieron moldes

El músico argentino y el pintor colombiano tuvieron visión, fortaleza de carácter, estilos propios y talento para lograr sus respectivas consagraciones ética y estética

¡Pero eso no es tango! le reclamaba el público, sus colegas, los sellos musicales y la prensa, cuando el joven Astor Piazzolla irrumpía en los espacios del tango clásico. Y él respondía no sin ironía, que “la gente quería el tango bello, nosotros el tango nuevo”.

¿Cómo llega Piazzolla a transformar el tango? ¿En qué ecosistema crece, vive, madura? ¿De quiénes se nutre? ¿Con quiénes comparte?

Hijo de inmigrantes italianos, vivió en Nueva York entrando en contacto con el jazz y la música clásica, de hecho tocaba a Bach en bandoneón. Toma clases de piano con un maestro húngaro, a los 14 conoce a Gardel en Manhatann, y pronto estudiará música en Francia. Hablaba cuatro idiomas. De regreso a Argentina, conoció a Troilo y Pugliese, dos clásicos del tango che.

“Adiós Nonino”, la que consideró su mejor obra, tiene al menos 200 versiones para chelo, volín, guitarra, piano, bandoneón flauta o coros, desde Japón a Nueva York, interpretado por simples aficionados o las mejores orquestas del planeta. “Adiós Nonino”, es la despedida triste que Piazzolla recrea para su padre Vicente, en 1959. Para llegar a componerla, pasaron al menos 22 años.

Decidió a transformar la música, porque tocando siempre lo mismo, se aburriría de ella. Y lo hizo.

¿Y Botero?

¿Cómo llega Fernando Botero a ser el primer ciudadano no francés en exponer en Los Campos Elíseos en 1992? ¿Por qué su obra es montada en las pirámides de Egipto, las principales avenidas de Nueva York, Milán o Moscú?

Su familia quería que fuese torero. Pero él prefería pintar a lidiar con toros. Comenzó a dibujar desde pequeño y fue expulsado del liceo por dibujar obscenidades. Cuando gana su primer concurso de pintura, invierte lo obtenido en viajes a Barcelona y Madrid y desde allí, algo disconforme con lo hallado, se establece en Florencia, Italia donde se nutre de los maestros renacentistas.

De regreso a Colombia, monta su primera exposición y la crítica de su país, lo destroza. Se instala en México, aprende con grandes maestros también. Se va a Nueva York, subsiste apenas, vende obras suyas a muy bajo precio, hasta que su “Mona Lisa a los Doce años” es vendida en 1961 al museo de arte moderno. Trece años demora Botero en ser reconocido por la crítica y el medio especializado.

A contrapelo de las tendencias, Botero persiste en su creencia de que el volumen es muy importante en el arte. Sus esculturas, dibujos y pinturas son una exaltación del volumen porque él tiene la convicción que todo arte es una deformación de la realidad.

“Durante muchos años yo hice lo que estaba creyendo que debía hacer y no tenía ninguna reacción de parte del público, muy poca, apenas la mínima que se puede”

En estos dos latinoamericanos excepcionales observamos lo que en todo emprendedor económico, social o cultural: visión más que ciega convicción, fortaleza de carácter para aceptar su propia rareza y cultivar un estilo propio, redes para ir a insertarse en el corazón mismo de la tradición de su arte, talento para hacerse expertos en dicha tradición y, la consagración ética y estética definitivas, para hacerse cargo de aquello que han decidido transformar en su ecosistema.

Un ecosistema emprendedor, en tanto hábitat que contiene un conjunto de instituciones, actores y normativas, debiera entonces promover la rareza más que desconocerla, estimular las diferencias, proveer redes y fortalecer las competencias de los talentosos que emergen como especies vitales y a veces únicas, entre su biodiversidad.

Muchas veces los ecosistemas emprendedores están amurallados por aspectos formales que elevan sus fronteras, no permitiendo que la necesaria interdependencia, interacción e intercambio se generen con mayor fluidez entre los actores, desaprovechando su energía su capacidad emprendedora y potencial innovador. Nuevos Piazzola y Botero deben emerger con apoyo sistemático.

Debemos promover zonas ecotonales, de transición entre emprendedores sociales, económicos y culturales, para que el intercambio incesante inocule el virus de la innovación y la ambición transformadora en más personas y comunidades, para que el talento florezca y se exprese en mejores soluciones a las grandes brechas que hoy enfrentan nuestras sociedades.

Fuente: Héctor Jorquera | Emprendizaje