La música, la palabra, la pintura –la creación, esa habilidad tan humana– se han mostrado como respuestas poderosas a las actuaciones represivas de la fuerza de seguridad, oficiales y paraoficiales, durante estos casi dos meses de manifestaciones en Venezuela. Y, sobre todo, como formas de protesta incontestables a la hora de transmitir un mensaje duradero que se sobrepone al camino fácil y sordo de la reacción violenta.
“La dictadura enferma”. Durante la protesta de los médicos y personal de la salud del lunes 22 de mayo, el mensaje apareció letra por letra sostenida cada una por una persona, visible a gran distancia –una pancarta humana–. Y luego en el suelo, visible desde el aire, el mensaje quedó completo: “La dictadura enferma. Ni una vida menos. Medicinas ya. Ni un chamo menos. Protesta pacífica”. Es la acción DaleLETRA, que comenzó a organizarse a mediados de mayo como parte de un laboratorio de protesta no violenta en el que está comprometido un grupo de gente cada vez más numeroso.
La preparación fue en la plaza Brión de Chacaíto el fin de semana anterior.
Convirtieron “el espacio público en un taller de producción de carteles y pancartas”, como se lo propusieron en la convocatoria. Los participantes colaboraron con materiales. Desde entonces los mensajes han aparecido en las más recientes movilizaciones. “Protesta pacífica” es el más testarudo de ellos, el esencial.
La reunión que dio origen a estas acciones de protesta no violenta recién inauguradas se celebró el jueves 11 de mayo en la librería Lugar Común de Caracas. “El sentido de llamar a protestas no violentas no es un ejercicio de buenismo o comeflorismo, sino justamente un ejercicio para profundizar el entendimiento dentro y fuera de nuestro país de que la violencia, en mayúsculas, es del gobierno”, apuntó José (Cheo) Carvajal, una de las personas a cargo de su organización, activista urbano, defensor de hacer vida peatonal en la ciudad.
Eso dijo, reseñó María Laura Chang en Esfera Cultural, después de introducir que “la violencia es un recurso tan humano como la paz. A ella se recurre para someter a otros o para defendernos de otros”, y que es comprensible “la respuesta violenta de algunos de algunos jóvenes venezolanos, que es mínima ante una violencia que está oculta para muchos, que es la del gobierno”. Sin embargo, “logran excluir de la protesta a una mayoría completamente pacífica, pero que en ocasiones hasta los aplaude. Lo que alarma, apuntó, es el saldo que ha dejado esta estrategia. No solo muertos, heridos y detenidos, sino también el hecho de que internacionalmente se pueda impulsar la matriz de opinión que agrupa a toda la oposición en un solo saco de violentos”,
Por eso llamó a pensar en formas de protesta que tengan el peso simbólico suficiente para “desenmascarar” al gobierno.
María Teresa Urreiztieta, profesora especializada en Psicología social y política, dijo por su parte que estas acciones de protesta pacífica hacen parte de la construcción de movimientos sociales, que son “acciones colectivas conscientes, planificadas, organizadas, flexibles, horizontales e incluyentes.”
“El movimiento social se convierte, entonces, en un gran actor colectivo”, escribe Chang sobre las palabras de la profesora, “que tiene voz y sus propias demandas, pero también es precursor de una sociedad que vendrá, presuponemos más democrática (…)”.
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Retomar la calle de forma pacífica, pisarla con los pies y no con las ruedas de un automóvil, también va siendo una de las ganancias de estos días en Venezuela. Aunque hacerlo en las marchas y movilizaciones ha suspendido la vida cotidiana, es una forma de recuperar el espacio público. Así lo hicieron el fin de semana siguiente a aquel evento en la librería Lugar Común, con #AcciónporlaVida, cuyo propósito es reclamar el control de armas y municiones en Venezuela.
Tomaron de nuevo la plaza Brión el 20 de mayo para plantarse no solo en en contra de la violencia a que ha brotado en estos casi dos meses, sino la anterior, la que está latente, es estructural y mata con balas.
Activistas del grupo Los Gritos Silentes enarbolaron cada uno una pancarta con el nombre de una víctima de homicidio en Venezuela y las circunstancias de tal homicidio, actuando como sus voces escritas, en total silencio durante unos minutos, que se rompieron con el estruendo de sus gritos largos.
Los Gritos Silentes ya han hecho actividades similares desde 2014.
El propósito de #AcciónporlaVida es exigir políticas para el desarme. Las balas matan cada año a cientos de miles de personas en el país y durante las últimas protestas no han estado ausentes. Sus promotores esperan llevar esta petición, con firmas que recogieron durante el evento, al Ministerio Público –por cierto, la fiscal general Luisa Ortega Díaz, en su intervención pública del 24 de mayo, llamó al desarme de la población– y a la Defensoría del Pueblo.
Ya en marzo habían hecho la primera intervención pública en Palo Verde, en Caracas, frontera con Petare, el barrio de barrios populares más grande de América Latina.
Las acciones de protesta no violenta continuarán de forma sostenida en los próximos días.
En la del 20 de mayo juntaron poesía, arte y música. Otra vez la música, que no ha dejado de estar presente durante estos casi dos meses. Desde que se han visto a manifestantes tocando virtuosos el cuatro con la cara cubierta y, en un momento de más pesadumbre, a músicos del Sistema Nacional de Orquestas despidiendo en su funeral a su compañero y amigo Armando Cañizales, asesinado en una manifestación a principios de mayo. La vimos también en una marcha protagonizada por los músicos mismos –y los artistas–. Y tomando un centro comercial de la capital, en forma de flashmob, con los versos del musical Los Miserables, basado en la obra de Víctor Hugo.
Más recientemente el protagonista ha sido Wuily José Arteaga, de 23 años, quien no ha dejado de tocar su violín, recitales enteros, entre bombas lacrimógenas, perdigones y piedras. “(…)La idea mía es crear paz y unidad. La música no era solo por los manifestantes, sino para Venezuela toda. Esa persona que me está reprimiendo, para ellos también va mi música”, dijo a Laura Weffer en Efecto Cocuyo.
Durante las protestas del 24 de mayo, un guardia nacional le quitó el violín y se lo rompió. Trató primero de arrebatársalo por las cuerdas a bordo de su moto, Arteaga se resistió, y el militar lo arrastró por la calzada. Otro guardia recuperó el violín después y se lo devolvió destrozado. Arteaga lloró con los restos del instrumento en las manos. Pero las reacciones de solidaridad tardaron apenas minutos en aparecer en las redes sociales. La mayoría de la gente se ofreció a hacer colectas para comprarle un violín nuevo, u ofrecieron instrumentos suyos que no usan. El cantante Oscarcito prometió que le donará uno nuevo autografiado por varios artistas.
La solidaridad, la consciencia de pertenencia a un colectivo, va también siendo una gran ganancia. Progresiva, acaso oculta todavía por la estridencia. Pero incesante. Y no solo de estos días sino de esta larga etapa de crisis humanitaria en Venezuela.
Grandes has sido los venezolanos, yo soy cubana y nosotros no hemos tenido el valor de luchar como ellos, todos hemos preferido emigrar que arrancarle nuestro pais a la dictadura. Mis respetos.