Antes sólo era una certeza para los amantes de las teorías conspirativas. Pero resultó cierto: en efecto el gobierno norteamericano es el Gran Hermano con capacidad para mirar lo que hace todo el mundo, cada uno de nosotros. La privacidad es una quimera en la era de las redes sociales. Esto lo sabemos gracias a Eduard Snowden, el ex empleado de la contratista de seguridad que dio a conocer la existencia del programa de espionaje masivo PRISMA. No es poca cosa.
Snowden tuvo que tener mucho coraje para desafiar a la nación más poderosa y al sistema de inteligencia más grande del mundo.
Pero su persecución y huida ya lo han atrapado en la polarización global, en la lógica de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Visto como acto de heroísmo, el gesto de Snowden es comparable al de cualquiera que conociendo al monstruo por dentro arriesga su pellejo por el bien colectivo: el Garganta Profunda del caso Watergate, o el Daniel Ellsberg, quien filtró los Papeles del Pentágono, el informante de Philip Morris que revela los efectos del cigarrillo y las inescrupulosas estrategias de las tabacaleras para ocultarlos y mercadear su consumo entre los niños, el ejecutivo de Kraft que denuncia la responsabilidad de la industria de alimentos en el aumento de la obesidad.
En los casos mencionados, la opinión pública y la reacción del sistema permitieron enfrentar amenazas que afectaban la capacidad de la gente para escoger y depreciaban su libertad. El escándalo de espionaje condujo a la renuncia de Richard Nixon; los americanos pudieron probar en Vietnam el verdadero significado de ir a la guerra; las tabacaleras enfrentaron demandas y fuertes regulaciones; los consumidores y los Estados miran cada vez con más sospecha la inocuidad de la sal, el azúcar y la grasa en las recetas de los alimentos procesados.
Pero, ¿qué habría ocurrido si el informante Garganta Profunda o los periodistas del Washington Post Carl Bernstein y Bob Woodward, los responsables de destapar el escándalo del Watergate, solicitaban protección de Rusia?
Seguramente, la historia habría sido más amable con Nixon. Al ampararse en algunas de las naciones con el historial más triste contra la libertad de expresión, sólo por su postura antinorteamericana, Snowden levanta sospechas.
Ciertamente la perspectiva de la cárcel y demandas millonarias no animan a entregarse a un gobierno que se la tiene jurada. Pero su caso, como el de muchos hackers que presuntamente actúan sin motivaciones económicas, ayuda a revelar debilidades tanto del sistema de inteligencia como del sistema democrático. Debería ser premiado y no castigado por ello. El problema con su huida, su acercamiento a Rusia, China o Ecuador es que nubla con el velo del espionaje, lo que supuestamente fue un acto de nobleza. ¿Será que sus motivaciones no fueron tan inocentes?
Lo cierto es que el gesto de Snowden no sólo dio a conocer algunas de las “innovaciones” en materia de vigilancia colectiva, está impulsando unas nuevas. De eso hablaremos en una próxima entrega.
Roger Santodomingo – @CodigoRoger | IQ Latino – @IQlatino