Desde hace una década, aproximadamente, se viene advirtiendo sobre la creciente proyección de China hacia América Latina.
Antes de continuar con este artículo es necesario tomar nota: el peso de la economía china en el mundo es enorme. La población de China cruzó ya la cifra de Mil 380 millones de habitantes, es decir, más de doble que la población sumada de toda América Latina y más de cuatro veces la población de Estados Unidos. Este dato es imprescindible para entender que esa economía tiene altísimos niveles de demanda de materias primas -petróleo, minerales diversos-, y también de alimentos: la superficie cultivable del país no alcanza a 13%, en medio de un proceso de desertificación que no han logrado detener. Por lo tanto, China es un nato importador de alimentos, lo cual lo convierte en un cliente de peso entre los países que producen cereales, legumbres, ganados y alimentos envasados.
Al mismo tiempo, el sostenido crecimiento económico alcanzado por China, desde la reforma de su sistema, impone un significativo consumo de materias primas minerales y energía, particularmente desde el año 2000 esa demanda coadyuvó al crecimiento y resiliencia económica en latinoamerica, pero su ligera desaceleración ha tenido un impacto muy negativo para la región y sus proyecciones económicas. Por otra parte, China está convencida, dada sus necesidades energéticas, que debe innovar y liderar en la búsqueda de alternativas al petróleo, cuyo consumo los ha llevado en el marco de unos convenios marcados por la opacidad a desembolsar préstamos por el orden de los 65 millardos de dólares y comprometen cerca de 500 mil barriles diarios de la menguada producción para la exportación de PDVSA, la petrolera del estado venezolano, además de un conjunto de obras e inversiones en infraestructura, así como importaciones chinas.
Hacia finales de la década de los años setenta, casi 400 mil ciudadanos chinos se trasladaron de las zonas rurales a los conglomerados fabriles, a trabajar a cambio de salarios que, entonces eran entre 15 y hasta 20 veces más bajos que los promedios internacionales. Desde entonces se habla de esclavitud laboral. Y aunque eso ha cambiado, China sigue produciendo a costos muy por debajo de otros países. Desde esa perspectiva, el enorme entramado fabril de China, soportado sobre una sobreexplotación de la mano de obra, no tiene competidores: aunque la calidad de sus productos sea constante objeto de críticas, el factor precios le ha permitido abrirse paso en los mercados del mundo. Este tema de los estándares laborales ha sido fuente de interminables disputas y negociaciones en el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC), donde algunos países del G8 exigen, bajo presión de sus sindicatos, una homologación salarial para que sean justos los términos de intercambio.
Hoy día casi 80% de los proveedores de Walmart, la más grande cadena comercial de Estados Unidos, son chinos; y un poco más de 20% de las exportaciones de China van a Estados Unidos -equivalen a más de 4 puntos de PIB. China es el segundo exportador de mercancías del planeta. En sentido contrario, también China es un importantísimo mercado para decenas de empresas norteamericanas. Y lo es por partida doble: porque el crecimiento de la clase media de ese país lo convierte en un consumidor de marcas, y porque su sistema laboral lo mantiene como un territorio atractivo para las operaciones industriales a bajo costo. Este asunto corre a contrapelo de las presiones laborales internas y se ha convertido en uno de los temas de debate electoral más controvertidos en EEUU.
A esas dos escalas -las de gran importador y gran exportador- se suma el poderío financiero de China. Se necesitarían páginas y páginas para narrar cómo ese país, dado el tamaño de su economía, se ha convertido en el rival más importante del inmenso entramado financiero de Norteamérica. Y con esos tres recursos, capacidad de compra, de venta y de financiamiento, es que China se ha convertido, de forma sistemática y paulatina, en una considerable referencia en América Latina.
Unas 12 mil empresas chinas han hecho inversiones en Asia, África y América Latina, en la última década. La presencia de empresas y ejecutivos chinos en las principales capitales latinoamericanas se ha hecho recurrente. América Latina es proveedora de materias primas, a la vez que una compradora de productos elaborados como juguetes, objetos para el hogar, vestidos, electrodomésticos, tecnologías y más. Aunque hay ámbitos como el educativo, el deportivo y otros, donde los intercambios son limitados por evidentes razones culturales e idiomáticas, a China le interesa consolidar su influencia política en la región, porque esas alianzas pueden resultarle útiles en la Organización Mundial de Comercio y en otras entidades multilaterales.
El Presidente de China Xi Jinping, contempló en el último plan de la nación 2015-2019, que China alcanzaría 500 millardos de dólares en intercambio comercial y 250 millardos de dólares en inversión extranjera directa. Esto se ha cumplido con creces y China gana cada día mayor influencia económica en la región que los EEUU. Un informe de CEPAL del año 2015 reportaba que China se ha convertido en el segundo proveedor de productos de importación y tercer destino de sus exportaciones, principalmente materias primas.
El modelo chino es netamente mercantilista. A China le interesa una paridad en los intercambios políticos: no preguntar a sus aliados por sus prácticas políticas, para que a su vez nadie la interrogue a ellos por las suyas. Por ejemplo, el modelo de cooperación sino-venezolano descrito antes ha provisto a los gobiernos de Chávez y Maduro de armas, auxilios financieros combinado con un pragmático silencio con relación a las violaciones a los derechos humanos, las libertades políticas y el estado de hambruna y enfermedad imperantes en el país. En voto de ambos países en los organismos multilaterales se cruza en apoyo recíproco, cada vez que la comunidad de naciones democráticas intenta exigir cumplimiento con el derecho internacional o los derechos humanos.
La gran pregunta que muchos se hacen se refiere al reparto de los beneficios de la relación -es la misma pregunta que se están haciendo en África, ante la creciente presencia de China en varios de esos países-. Y la respuesta, en la mayoría de los casos, es que el gran beneficiado ha sido China. En América Latina ese país ha encontrado un flujo seguro de materias primas, fundamentales para su expansión, a precios por debajo del promedio mundial.
Pero para economías como la de México, algunos de los productos que exportaba al mercado norteamericano se han visto afectados por la competencia desleal que supone producir con unos trabajadores de muy bajo costo.
Por otra parte muchos económistas argumentan que el intercambio con China detiene el proceso de industrialización regional, por cuando la demanda de materias primas aumenta los precios fortaleciendo las monedas locales, y haciendo de esa forma muy atractiva la importación de productos terminados o manufacturados en China que bien podrían ser producidos en la región. En consecuencia ha surgido la pregunta si los términos de la relación con China están perpetuando la dependencia de la exportación de materias primas que hace tan vulnerables a las economías de latinoamérica.
El caso de Venezuela es, entre todos, uno de los más elocuentes: demuestra que China es un negociador feroz, si se encuentra con un interlocutor como los gobiernos de Chávez y Maduro, que han vendido petróleo a precios de regalo, a cambio de recibir los pagos por adelantado. De hecho, los sucesivos convenios entre los dos gobiernos, que suman casi 500 acuerdos desde 1999 hasta la fecha, no se conocen. Diplomáticos y expertos han señalado que los compromisos adquiridos por Venezuela vulneran las leyes venezolanas, lo que incluye la autorización a las empresas chinas a desconocer, en sus relaciones con los trabajadores venezolanos, la Ley de Trabajo que impera para las demás empresas.
Finalmente, otro tema donde China obra libre de ataduras es en materia de corrupción. A diferencia de los EEUU y otros países de la Unión Europea y el Reino Unido, donde existen leyes que prohiben y penalizan a sus empresas y ciudadanos por las practicas corruptas en la realización de negocios en países extranjeros, en entramado de negocios chinos en toda America Latina se ejecuta básicamente de forma inauditada e inauditable en materia de corrupción.
Son justamente aspectos como los señalados los que causan alarma, dentro y fuera de América Latina. Si más allá de los beneficios a corto y mediano plazo que puede generar la relación económica con China, no se están creando compromisos y dependencias que, de múltiples maneras, son contrarios a los DDHH, a los derechos laborales y finalmente al desarrollo institucional y económico de nuestros países.
Como tantas cosas en nuestro continente, es probable que la region deba diseñar una estrategia, en unión e integración, frente al Goliat que es el gigante asiático.
Nos leemos por twitter @lecumberry.