Para comenzar, algunos pocos datos pueden ser útiles para darle un contexto al debate planetario sobre el agua: 97,5% del agua del planeta es salada. El resto es agua dulce. Una parte de ella está congelada. La estimación más repetida señala que 0,77% es apta para el consumo humano. Esto equivale a 35 trillones de litros. De este total, aproximadamente dos tercios se utilizan en la agricultura y la producción. La gran paradoja es que el agua restante es ahora mismo más que suficiente para atender a las necesidades de los habitantes del planeta, pero su distribución es irregular.
En la edición de abril de 2010 de la revista National Geographic, hay una fotografía tomada en un barrio pobrísimo de Luanda, Angola: en ella se ve a una mujer que lleva en su mano derecha una bolsita plástica, que contiene algo menos de un litro de agua limpia, para ofrecerla a la venta. Esa fotografía no requiere ningún comentario. Por sí misma habla de las zonas del mundo en las que la escasez de agua es crónica. En Kenia y Etiopía, por ejemplo, hay madres que todos los días caminan hasta seis horas para conseguir unos pocos litros de agua, que cargan en sus espaldas, para volver nuevamente a sus hogares.
La situación contraria ocurre en América Latina: Brasil, Colombia, Perú y Venezuela, por ejemplo, tienen inmensas reservas de agua. El continente, que suma aproximadamente 7% de la población del mundo, tiene una cuarta parte de las reservas de agua del planeta. Desde esta perspectiva, la Cuenca Amazónica es la región más privilegiada, puesto que contiene 14% de las aguas dulces de la Tierra. De hecho, cuando se contrastan esas reservas con el tamaño de la población, después de Birmania, Venezuela ocupa el segundo lugar en las estadísticas de disponibilidad de agua por persona.
En 1999, cuando se formularon los Objetivos del Milenio, 1 de cada 8 personas no tenía acceso a agua limpia. En quince años las cosas ha mejorado de forma sustancial: el promedio ha bajado. Ahora es 1 de cada 12. Ha sido la India el país donde se han dado los mayores avances en la materia. A quienes vivimos en países donde el acceso al agua es constante nos cuesta imaginar que hay comunidades en las que un niño puede pasar hasta dos y tres años sin darse una ducha. La Organización Mundial de la Salud lo ha repetido en muchas ocasiones: hay regiones del mundo donde más de 80% de las enfermedades están asociadas a la falta de agua. Los expertos señalan que para vivir son necesarios unos 50 litros de agua por persona al día, para beber, cocinar y para los diversos usos del aseo personal y del hogar. Nadie debe permanecer ajeno a realidades como esta: hay zonas del mundo donde familias enteras deben sobrevivir con un promedio de diez litros de agua al día.
Como sabemos, el agua es un derecho humano. Y lo es a tal punto, que el acceso a la misma está garantizado por el derecho internacional humanitario, es decir, hasta en tiempos de guerra. Las proyecciones que hacen los expertos de distintos organismos difieren unas de otras. Pero todas coinciden en que hacia el 2030, es decir, en poco más de una década, al menos unas 1.200 millones de personas vivirán en regiones que sufren déficit de agua.
Tan peligroso es el déficit como el exceso de agua. No es la temperatura sino el agua el rostro más amenazante del cambio climático. Sus secuelas ya han producido decenas de tormentas e inundaciones que han acabado con las vidas de miles de personas y han destruido sus casas y escuelas. Otra vez volvemos al mismo punto: si no cuidamos el planeta, las problemáticas del agua lo serán por partida doble: por escasez y por exceso.
Esto nos conduce a la cuestión de cómo usamos el agua y cómo la gestionan los responsables de ello. A los simples ciudadanos nos corresponde una parte primordial de la tarea: aprender a utilizar el agua como el bien escaso que es. En un plano mayor, las autoridades de los países tienen tareas de mayor envergadura. Les corresponde dar inicio a un proceso que conteste a una serie de preguntas: ¿Se está invirtiendo lo necesario para reducir los costos de los procesos de desalinización del agua, para que las aguas de los mares puedan ser aptas para el consumo humano? ¿Se está planificando en los países en desarrollo la creación de embalses suficientes que garanticen el acceso al agua de forma permanente, en aquellos sitios donde ella tiene picos altos y bajos? ¿Se están dictando las legislaciones que establezcan como obligación el uso de sistemas de riego inteligente, capaces de reducir el uso del agua hasta más de 80%? ¿Se están construyendo las infraestructuras necesarias para evitar que aguas negras de diverso origen contaminen las fuentes de aguas limpias?