La palabra gentrificación, una adaptación del inglés a nuestra lengua, describe un fenómeno que se registra en numerosas ciudades de América Latina, Norteamérica, Europa y Asia: la rehabilitación, el rescate, la reconversión de unos barrios o sectores urbanos, mejorados para elevar su categoría como ámbitos propicios para vivir, para trabajar o para visitar.
Los planificadores lo han advertido: la gentrificación transforma el espacio urbano de forma decisiva. Por lo general, pero no exclusivamente, ocurre en barrios viejos, que forman parte de cascos históricos, o están ubicados en el centro de las ciudades. Se trata de barrios físicamente deteriorados, en los que la calidad de vida de sus habitantes se ha visto en franca y progresiva merma. En muchos de los barrios que han sido sometidos a un proceso de gentrificación, la inseguridad ha constituido un dato relevante. Hay una tendencia característica de ciertas zonas urbanas: los delincuentes se concentran en lugares determinados para vivir, divertirse y, para sufrimiento de sus vecinos, cometer fechorías. Como han demostrado numerosos estudios, hay una relación entre deterioro urbano y narcotráfico, como si el negocio de la distribución y venta de sustancias ilegales estuviese asociada a la destrucción del entorno donde se produce.
La decisión de cambiar el destino de un barrio para mejorarlo está asociada a otros tres factores: 1) el barrio en deterioro, por lo general, tiene indicadores de productividad muy bajos (predominan los desempleados, los jubilados, familias numerosas con mínimos ingresos); 2) es costoso, en términos de la inversión pública, por su alta demanda, especialmente en términos de seguridad social y seguridad ciudadana; y 3) la que puede ser una variable clave, el barrio deteriorado tiende a proyectarse hacia los barrios vecinos. No se mantiene en sus límites: actúa como un modelo de carácter negativo.
El proceso de gentrificación es siempre complejo y exige inversiones significativas, provenientes de recursos públicos y privados. Se amplían calles y aceras, se crean bulevares, se construyen plazas y parques, se remodelan edificios y casas, (algunas deben derrumbarse), se remplazan las líneas y tuberías de los servicios, y mucho más. Es frecuente que el espacio dominado por la fealdad se transforme en un lugar atractivo, bonito, amable para los peatones y, esto es fundamental, rentable para empresas y comercios. Y es que la gentrificación, suele concebirse para que el barrio que tenía una reputación negativa, se vuelva un punto urbano prestigioso e interesante para los visitantes. De hecho, la posibilidad de convertirse en un imán turístico, la mayoría de las veces está en el nudo de la decisión de rehabilitar zonas enteras de la ciudad.
Pero este procedimiento, que en un primer vistazo podría parecer de solo ventajas, conlleva otras consecuencias que no son tan beneficiosas: la gentrificación desplaza a muchos habitantes de esos barrios hacia otras zonas, por lo general periféricas, porque al elevarse la categoría del lugar aumenta su costo. Familias pobres o de muy bajos ingresos deben abandonar la vivienda donde han residido por décadas para instalarse en otros lugares, porque no cuentan con los recursos necesarios para sufragar los nuevos estándares. La gentrificación impacta los precios, no solo de las viviendas, sino también de los servicios y los alimentos. Incluso los pequeños comercios se ven obligados a cerrar.
Sin duda, la gentrificación urbana es una solución a la peligrosidad que se incuba en los barrios céntricos de las grandes ciudades. Pero es una solución parcial, que crea nuevas problemáticas. En algunas pequeñas ciudades de Europa, hay experiencias de gentrificación sin víctimas: se implementan las rehabilitaciones sin que supongan el desplazamiento de sus habitantes tradicionales. Por supuesto, se trata de procesos más lentos, que exigen mayor inversión por parte del Estado, pero, sobre todo, un mayor número de horas-hombre de los más diversos funcionarios -sociólogos, trabajadores sociales, expertos en prevención de riesgos-, que deben realizar tareas de acompañamiento y de evaluación caso por caso, actividades que son costosas y arduas.
La gentrificación es una reveladora metáfora de las problemáticas de nuestro tiempo. Nos confronta con una idea: soluciones reales y posibles a menudo recalan en otras problemáticas. En las grandes ciudades cada elemento está conectado a los demás. No siempre es sencillo generar beneficios sin ocasionar nuevos males. Ahí está el reto de quienes gobiernan las ciudades: convertir, a diario y sin descanso, cada decisión en un espacio de vida sin bajas que lamentar.