Al entrar por carretera al valle de Charazani, en la provincia Bautista Saavedra, en Bolivia, se ve abajo, en la hondonada, el pueblo que le da nombre. Se levanta sobre una colina rodeada por otros cerros, enmarcado por laderas de las que parecen colgar, medio desdibujados, unos balcones: son las terrazas agrícolas precolombinas. “No se sabe muy bien si los incas trajeron la idea o si de aquí se la llevaron a Perú”, dice el arquitecto Wálter Álvarez Vergara, conocedor de la cultura kallawaya originaria de la zona.
Las terrazas de Bolivia son preincaicas, responde Eduardo Chilón, autor de la investigación Tecnologías ancestrales y reducción de riesgos del cambio climático (2010) y actual jefe de Unidad del Viceministerio de Desarrollo Rural y Agropecuario. Sólo que el imperio del Cusco le dio a esas construcciones “connotación estratégica para la soberanía alimentaria en la montaña”.
Los andenes, como llamaron los españoles a las plataformas agrarias, fueron creados “como una solución tecnológica potente para aumentar las áreas de cultivo, frenar la erosión, retener el riego y crear condiciones aptas de humedad”, añade el especialista del viceministerio.
Alrededor de 6.500 km2 de suelo boliviano son de andenes agrícolas. Los nombres y formas que tienen varían según la zona del país: taqana es el vocablo aymara para referirse a ellas en el altiplano y los valles del país, en los Yungas se les llama quillas, y en Potosí y Chuquisaca son chullpa tirquis, chullpa pircas y jallpa jarkanas. Los sukakollu o camellones son frecuentes en la zona del lago Titicaca y en las tierras inundables amazónicas del Beni. Son campos elevados cultivables (sukakollu significa, en aymara, “plantación encima de elevaciones”).
Las quillas de los Yungas, similares a las “gradas” de la provincia peruana de Sandia, son plataformas estrechas con muros de piedra pizarra, sólidos y duraderos, que fueron utilizadas tradicionalmente para el cultivo de la coca. “Las de ahora (variante contemporánea conocida como wachus), causan erosión”, afirma Chilón. Además, perecen en poco tiempo.
De las 650 mil hectáreas de terrazas que hay en el país, sólo el 20% sigue en uso. El resto se encuentra abandonada y, teniendo en cuenta que las quillas necesitan un mantenimiento constante, y que la migración del campo a la ciudad está menguando el relevo generacional en el campo, los expertos consideran que las terrazas no están funcionando correctamente.
La papa y el maíz eran los principales cultivos de los andenes, tanto kallawayas como incas. La diferencia entre unos y otros está en que en algunas áreas del municipio de Charazani se sembraban también plantas medicinales en los bordes de las taqanas, como la chillca y la muña (ésta, por su fuerte olor, aleja las especies de insectos dañinos). Además, “protegen las matas de los vientos, retienen la capa productiva de la tierra, el agua, atraen pájaros que abonan la tierra y armonizan el paisaje de la zona”.
Tanto Wálter Álvarez como Eduardo Chilón buscan crear proyectos de rehabilitación de terrazas agrícolas. El primero, mediante el financiamiento de la Embajada de Estados Unidos y con el asesoramiento de expertos peruanos; el segundo trabaja en la propuesta de un programa nacional a través del Viceministerio de Desarrollo Rural y Agropecuario.
El Centro de Investigación y Difusión de Alternativas Tecnológicas (CIDAT) rehabilitó terrazas en el poblado de Cohoni (en el municipio de Palca, en la provincia Murillo de La Paz), en la década pasada. El CIDAT concluyó que es necesaria una inversión de entre $US 900 y $US 2.000 para restaurar una hectárea de andenes.
El Instituto de Ecología de la Universidad Mayor de San Andrés, junto con la Asociación de Pro Defensa de la Naturaleza, llevan a cabo el proyecto “Gestión de aguas y suelos como mecanismo de adaptación al cambio climático”, en Pucarani, en la provincia paceña Los Andes. A través de él, se construyen taqanas en esta zona del altiplano.
Fuente: La Razón (BO)