Cuando en el 1 diciembre de 2012 el Partido Revolucionario Institucional, PRI, regresó al poder en México tras 12 años en el desierto de la oposición, la pregunta que muchos se hacían era ¿se trata del viejo PRI?
Es decir, del PRI que gobernó durante 70 años a México -más que ningún otro partido en el mundo- y al que el escritor Mario Vargas Llosa llamó la “dictadura perfecta”.
Ante estos temores, el PRI llegó al poder haciendo votos de cambio y modernización. ¿Los está cumpliendo?
Los 100 días de un gobierno, en este caso de Enrique Peña Nieto, son tradicionalmente una fecha de corte para hacer un balance temporal de su gestión.
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Un mes después de llegar al poder, Enrique Peña a Nieto volvió a conformar una supersecretaría de Gobierno, centralizando lo que Vicente Fox había descentralizado. Es decir, se regresó a como estaba el status quoen temas de seguridad cuando el PRI perdió el poder.
Esta decisión se leyó como un mensaje doble: la estrategia de seguridad los dos gobiernos del PAN no funcionó. Lo que funciona es lo que el PRI tenía antes.
La detención de Elba Esther Gordillo, presidenta vitalicia del sindicato de maestros, ya tiene asegurado un lugar en el folclor oral mexicano bajo el nombre del “el Gordillazo”.
Muchos vieron una estrategia típica del viejo PRI: deshacerse de manera rápida e inmisericorde de un antiguo aliado que ya no les servía -que de hecho estorbaba- y al mismo tiempo enviar un mensaje a otros, para que pusieran sus barbas a remojar.
Un factor clave dentro de la vieja estructura del partido era el poder del presidente, sujeto todopoderoso que incluso decidía a dedo al que sería su seguidor.