A partir del 15 de septiembre, Estados Unidos celebra cada año el Mes de la Herencia Hispana, con el cual nuestra tierra adoptiva nos abraza. Es un momento para recordar que los hispanohablantes no “llegamos” a esta gran nación. Siempre hemos sido parte de ella.
San Agustín o St. Augustine, fue la primera ciudad fundada en territorio continental estadounidense, y lo hicieron españoles. Ocurrió en 1565, es decir, 55 años antes de que los peregrinos arribaran a Plymouth.
Extensos territorios del suroeste del país fueron antes colonia española y luego parte de México. Allí están para recordarlo nombres como Los Ángeles o El Paso; incluso San Francisco o San Antonio, de la tradición católica hispana.
En nuestros años prósperos, los venezolanos recibimos a las grandes petroleras estadounidenses de la época, que llegaron con sus trabajadores y su cultura para convertirse en parte nuestra.
Basta con mencionar la palabra venezolana para vigilante: “guachimán”, proveniente del inglés “watch man”, para entender la hermandad orgánica entre los dos gentilicios.
También por aquellos tiempos, EE. UU. era el primer destino turístico de los venezolanos. Muchos vinieron a formarse en las universidades de aquí, para regresar a contribuir al progreso de su tierra.
En estas costas han resonado nombres como Edgar Ramírez, Patricia Velásquez, Carolina Herrera o Gustavo Dudamel. Y tras ellos, innumerables profesionales y trabajadores que ya son parte irrenunciable del tejido de esta economía.
Ahora, cuando el momento histórico nos es adverso, la nación norteamericana ha hecho buena nuevamente su tradición de abrir los brazos al inmigrante y proveernos de suelo y bandera, de identidad y pertenencia, de la fortuna de ser parte viva de esta sociedad admirable.
Es por ello que Estados Unidos alberga una de las mayores colonias venezolanas del mundo. Somos más de 423 mil, según la Oficina del Censo de 2019. Por su parte, las estadísticas de población migrante internacional de la ONU señalan que, hasta la mitad de 2020, había 505 mil 647 venezolanos aquí.
Hoy nuestro gentilicio lucha contra el infortunio con trabajo, para honrar la confianza de nuestra nueva nacionalidad. Sin embargo, no hemos olvidado de dónde venimos ni cómo duelen los reveses que dejamos atrás.
En las próximas elecciones de medio término, apoyaremos a quienes estén conscientes de estas verdades históricas y a quienes nos abran los brazos. Nuestro voto será para quienes sí crean que el inmigrante es la piedra angular del crecimiento de EE. UU.
Desde nuestra condición de sobrevivientes a una tiranía, jamás podremos endosar la soberbia ni el atropello a la condición humana, como tampoco el engaño o la doble moral. Son tristes conductas que contradicen el verdadero espíritu estadounidense: el de los derechos individuales y el de la oportunidad, como se recoge en la Carta de Derechos. Hoy orgullosamente somos venezolano-americanos y parte de la comunidad hispana que celebra su mes hasta el 15 de octubre. Por eso, sabemos que nos ha llegado un momento crucial para ejercer la verdadera ciudadanía este 8 de noviembre.