Esta semana, la incertidumbre trepó a un nuevo punto crítico. Las cifras oficiales revelaron que la economía se contrajo un 32.9%, en el segundo trimestre de este año, lo cual, aunado al abultado desempleo, confirma la profundidad de la recesión económica donde se encuentran los Estados Unidos.
Esta recesión, ¿habrá que decirlo?, es consecuencia del mal manejo de la pandemia del COVID-19 por la administración Trump. Por una parte, su vacilación, su indecisión, así como su falta de falta de diligencia y de coordinación con los gobernadores y alcaldes para adoptar medidas eficientes de confinamiento y mitigación, han convertido a los Estados Unidos en el epicentro de la pandemia a escala mundial, prolongando la crisis sanitaria y posponiendo quién sabe hasta cuándo la reapertura defintiva y con certeza de la actividad económica. Y luego, está la forma errática como se han priorizado los sectores económicos asistidos por la legislación CARES; por ejemplo, hasta junio, el 55% de los pequeños negocios propiedad de latinos seguían sin recibir los créditos de protección de las nóminas (Paycheck Protection Program).
Trump tenía por delante una reelección difícil, en medio de una economía en expansión. No es difícil entender, pues, cómo se le complica todo en un contexto de recesión. Y las encuestas lo reflejan. De allí, la maniobra retórica de atacar, sin fundamento alguno, la integridad del proceso electoral estadounidense, cuestionando la legitimidad del voto por correo; o peor aún, hablar de posponer la fecha de las elecciones presidenciales sin tener facultad para ello. Un despropósito, por donde se le mire.
El voto por correo (o sufragio en ausencia) es una herramienta legal y legítima, disponible para cualquier ciudadano, según la legislación de su estado. Es una garantía concebida para facilitar nuestro fundamental derecho al voto. Y jamás ha habido indicios de que su ejercicio incremente la oportunidad de fraude electoral. De hecho, estudios bipartidistas demuestran que la incidencia por error o fraude en el voto por correo es de menos del 0,00025%. Es decir, menos que minúscula. Es inocua o intrascendente. Los republicanos saben esto muy bien. Incluso, Trump vota por correo. Y en cuanto a cambiar la fecha de las elecciones presidenciales y los representantes al Congreso de los EEUU ni hablar. Eso solo lo puede hacer el propio Congreso, modificando la ley; y los estados están obligados a hacer las elecciones en esa fecha. Cómo detalle vale la pena recordar que jamás, ni durante la guerra civil, se suspendieron elecciones presidenciales en los Estados Unidos.
¿Por qué, entonces, Trump emplea esta retórica contra el voto por correo o habla de la suspensión de la celebración de las elecciones pautadas según la ley? Hay quienes piensan que lo hace para distraer la atención de las noticias económicas negativas. Tapar el sol con el dedo, pues. Porque la situación económica es más que una mala noticia: es una realidad que pesa en la cotidianidad de cada hogar, háblese mucho o poco de ello en los noticieros o las redes sociales. Ese malestar está allí y se traduce en votos por un cambio o en desmotivación electoral por parte de independientes, que de otra forma hubiesen considerado votar por Trump, e incluso en electores que lo hicieron en 2016. No por nada, el apoyo a Trump está hoy por debajo del que tuvo en las elecciones de 2016.
Está clarísimo. Trump se propone socavar la confianza del ciudadano en el sistema electoral. En el ejercicio del voto por correo, herramienta fundamental para proteger la salud de los ciudadanos en medio de la pandemia, así como recurso de apoyo para los electores más vulnerables o afectados por la crisis. Apunta minar la confianza de la población en las elecciones que, junto a la supresión de electores, constituye una táctica propia de quienes pretenden abusar de la democracia, dragar la institucionalidad, y procurar un resultado electoral a su medida, en medio de la abstención. Es también un recurso retórico distintivo de los demagogos que promueven la división irreconcilable en la sociedad como forma de enlodar la gobernabilidad, en caso de no verse favorecidos con un resultado, e incluso, judicializar los resultados electorales para imponerse en medio del caos. Por eso mismo, los propios líderes del partido republicano en el Congreso reaccionaron en desacuerdo con la tormenta tuitera de Trump contra el sistema electoral. No podemos olvidar que ellos también están haciendo campaña para sus propias reelecciones contra la adversidad socioeconómica que impera en el país, y estas declaraciones de Trump para nada los ayudan en sus distritos y estados.
El mundo observa con asombro cómo el inquilino de la Casa Blanca actúa igual que un caudillo. Si unas declaraciones como las de Trump prenden las alarmas en la comunidad internacional cuando las emite alguno de esos dictadores que oprimen a sus pueblos, cómo será cuando provienen del gobernante del país más poderoso de la tierra. Todo indica que la deriva demencial persistirá… hasta que el voto, presente y en ausencia o por correo, ponga fin a tantas y tan peligrosas veleidades.
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