Giulio Vita solía trabajar desde la medianoche hasta las ocho de la mañana. Un día, hastiado en la recepción del hostal Madrileño donde trabajaba, tuvo una idea. Probablemente habían sido muchos los sueños que la crisis económica europea frustró, pero él, cansado de vivir una vida que no quería, reparó en lo poco que conseguía quejándose. Orientado por la firme intención de promover la cultura, resolvió embarcarse hacia un pequeño pueblo en la costa calabresa llamado Amantea. Sería en esa pequeña población donde se daría a la tarea de recuperar un viejo cine abandonado para entonces celebrar allí un festival internacional de cortometrajes. Vita había visitado previamente aquel pueblo en 2011 ocasión en la que rodó un cortometraje con bastante éxito. Así que renunció, empacó sus cosas y se fue al pueblo de sus abuelos.
¿Por qué recuperar el cine abandonado?
Como era costumbre en muchas localidades de la época, los residentes de Amantea también iban al cine sin conocer de antemano el programa. Arrastrados por el azar, las ganas de distraerse en un lugar de encuentro, se arrojaban al curso libre de las sensaciones y las imágenes en la pantalla. Aquella cita en el cinematógrafo resultaba ser una maravilla. Los espectadores se sumergían en el proceso de identificación sin culpas ni límites tal y como lo muestra Giuseppe Tornatore en su película Nuovo Cinema Paradiso, en que los espectadores le gritaban a la pantalla, aplaudían, peleaban o lloraban desconsoladamente.
Según Vita, el sentido de comunidad es un factor clave. La idea del cine como experiencia trasciende al individuo al hacernos sentir parte de algo, nos puede incorporar al mismísimo momento en que Moisés divide las aguas, consiguiendo que inclusive mil personas contengan el aliento al mismo tiempo.
Así como con la llegada de la TV, la incorporación de sistemas con pantallas portátiles como tabletas y celulares ha amenazado no solo a las salas de cine, sino al desempeño de la industria hasta el momento. Las salas no cerraban por la televisión, sino por culpa de una estructura que lejos de promover una experiencia artística y emocional, se reducía a vender boletos. El Arena Sicoli, ubicado justo debajo de la parte vieja del pueblo, fue uno de los cines que cerraron en vista de aquellos cambios. Cuando Giulio volvió al teatro abandonado pudo sentirlo. Por encima del evidente óxido que cubría las 938 sillas, Vita imaginó el crujido al encender el motor del proyector y el cual supondría que en instantes, desde una lata, aparecieran finalmente las imágenes de una película, indistintamente de cual fuera. Despertaría de nuevo en el pueblo, la magia del cine, que en resumidas cuentas es la magia de la emoción.
El reacondicionamiento
La estructura nunca fue vendida ni alquilada. Permanecía desde entonces abandonada, incluso con tres proyectores muy conservados en su cabina. A medida que lo recorrían, Giulio y su equipo se enamoraban cada vez más de este viejo cine de verano que, al aire libre, contaba de noche con el maravilloso techo de estrellas que es el cielo de Amantea y una silenciosa pantalla que durante 50 años proyectó todo tipo de películas. Parecía como si el propio sitio del cine y no Vita hubiese elegido ser el recinto que daría espacio al I Festival de Cine La Guarimba.
“La reparación del cine fue un gran aprendizaje. Yo no sabía cómo quitar óxido, cómo pintar, cómo cortar hierba y etcétera. Pero fue una bonita metáfora del festival en sí: a medida que crecía la organización del evento, el cine mejoraba”.
En un primer momento solo contaba con sus ahorros, la compañía y el esfuerzo de Sara Fratini, la ilustradora responsable por la secuencia genial en el tope de esta nota. Luego se fueron sumando colaboradores de distintos lugares y profesiones, unidos con entusiasmo por volver a llevar el cine a este pueblo. Dentro del equipo estaban los directores de cine Pablo Cristóbal y Alicia V. Palacios, el editor Carlos Cristóbal, la fotógrafa Maki Ochoa, Lilia Fratini, Marina Guiu Almenara, María Degtarienko y el abuelo de Giulio, quien tiene 90 años. Trabajaron un promedio de18 horas al día a lo largo del año, sintiendo que cada minuto valía aún más la pena. Después consiguieron lentamente algunos patrocinantes del mismo pueblo, como restaurantes y comercios locales.
El Festival – 1ra Edición
Para mayor rasgo de contrariedades, un día antes de que empezara el festival, un hecho del todo imprevisto casi lo trunca. El alcalde del pueblo murió. El gobierno del pueblo canceló todos los eventos festivos del verano, incluyendo el festival. Fueron horas muy difíciles. Llegó entonces el 7 de agosto, día en que estaba programado el inicio del festival. Giulio se reunió con todos los representantes del gobierno local a las siete de la mañana. Finalmente se concluyó que en efecto se podría llevar a cabo el evento.
A pesar del duelo oficial, la gente asistió con gusto a las proyecciones, llenando por completo el Arena Sicoli. Muchas personas vieron las proyecciones de pie. Aquella sala volvió a ver niños, jóvenes y adultos sentarse juntos frente a su gran pantalla y gozar de un programa vario y diverso. Tras una convocatoria que implicó un duro trabajo en redes sociales, llamados dentro del círculo de amigos de la vieja escuela de cine de Giulio y publicaciones en la prensa nacional e internacional, el festival recibió 303 cortometrajes que fueron evaluados por el jurado para la premiación. La cartelera fue dividida en cortometrajes de Ficción, Animación, Documental y -fuera de competencia- Cortometrajes del Mundo. Además de las proyecciones, también contaron con una degustación de vinos, música en vivo y talleres de cine.
La Guarimba como plataforma de intercambio cultural
Definitivamente el festival tuvo impacto positivo en Amantea, revitalizó muchos aspectos del espíritu de fraternidad del pueblo. De hecho, uno de los días del festival, un hombre llamado Pedro abrió las puertas de su casa para brindar un almuerzo en el casco histórico. Las nonnas sirvieron todo tipo de pastas, berenjenas y tomates en una mesa para que la gente llegara, se sirviera y se sentara donde quisiera comer. Ese almuerzo terminó con la gente cantando y bailando en la calle mientras Pedro desde el balcón, lanzaba agua para refrescarlos del calor.
“La Guarimba no es sólo un festival, sino un acto de resistencia. Queremos plantear una visión del mundo, que implica una forma de hacer bien las cosas, a través del esfuerzo y la ayuda de todos en un mismo proyecto. La Guarimba tiene que ser una plataforma de intercambio cultural para todos”.
Vita y los demás organizadores del festival quieren hacer de su proyecto una referencia mundial, que no se base en un lugar determinado, si no en una idea: un festival de cine en espacios recuperados para la cultura y que promueva la producción audiovisual alrededor del mundo. Festivales donde las personas sepan que si van, no solo tendrán una fría proyección por la que pagaron una entrada sino buen cine, sabores y gustos del sitio y en síntesis: una comunidad.
Actualmente Giulio está de gira con los cortos ganadores, dando a conocer su proyecto. De hecho, ya los presentaron en Milano, Nueva York y Madrid. Estos son los indicios de un festival que probablemente tendrá múltiples microsedes y quizás también la raíz de un movimiento que podría redefinir el concepto que hemos llegado a tener de las salas de cine.